EPILOGO

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Salí a la calle lista para el golpe de calor que me esperaba. Gracias a que mi pelo estaba en un rodete, recibí el aire cálido con un poco más de entusiasmo. Mi vestido beige se pegó a mis piernas, así que lo saqué y dejé que el aire me diera un alivio.

Le sonreí a una pareja vecina y empecé a caminar hacia la avenida, cuando mi celular sonó.

Papá.

-Hola nena.

-Hola....

Desde que salí del hospital hace tres años, no para de llamarme todos los días para ver cómo estaba. Ya no vivo con él, así que se le es más difícil controlarme, y saber si tomé mis medicamentos. Claro que desde la operación no tuve nada raro otra vez. Pero eso venía con consecuencias, como tener que tomar una pastilla a la mañana y otra a la noche.

-¿Estás yendo a la universidad?

Esquivé a un pequeño perro.

-Así es.

-Está bien... solo quiero que sepas que te quiero.

Me paré.

-¿Está todo bien? No me bombardeas con preguntas sobre si ya no estoy deprimida, o si mi compañera no es traficante o... algo peor.

Su risa me tranquilizó.

-Ya estás grande. Confío en ti. Además Gissel está en el hospital, se tuvo que ir temprano, y no le pude llegar a decir como todas las mañanas te quiero. Así que...

Comencé a caminar de nuevo.

-Así que soy una especie de rebote.

Otra vez, su risa.

-Por supuesto que... no.

Revoleé mis ojos. Crucé la avenida, acomodándome la mochila en el hombro.

-Ten cuidado al manejar, ¿De acuerdo?

Ahí estaba el padre que conozco.

-Sí, siempre lo hago.

Bocinas, gente gritando, y más sonidos de calle me impidieron escuchar lo que me había dicho.

-¿Qué? Papá no te escucho muy bien.

-Que quisiera que vayas a la biblioteca de la universidad cuando llegues. Necesito que me saques un libro.

Fruncí el ceño.

-Pero... no tiene sentido.

-Es un libro muy viejo, que tú me nombraste la semana pasada. No está en las librerías.

Suspiré.

-Está bien, y sé a cuál te refieres.

-Genial. Nos vemos mañana nena.

-Nos vemos, te quiero.

-Yo más.

Corté.

Caminé lo más rápido que mis zapatillas desgastadas me dejaban, hasta llegar a mi lindo escarabajo amarillo. Papá me sorprendió par mi cumpleaños. Es lo mejor del mundo. No es un Ferrari, pero para mí, era MI Ferrari.

Me subí y dejé la mochila a mi lado. Justo cuando miré el retrovisor para empezar a andar, vi a un chico con el pelo más o menos largo, rubio y con algunas ondas. Mi corazón empezó a latir de una forma que solo había sucedido cuando él estaba cerca. La imagen de mí saliendo de operación y no encontrarlo, me hizo sentir una punzada.

Acerqué mi vista al retrovisor. Se dio vuelta... No era él. Mi corazón cayó en su lugar otra vez. A veces, en sueños, lo vuelvo a ver, con su ropa de hospital, su sonrisa, y sus ojos azules. Haciéndome reír, mostrándome el cuadro, haciéndome engordar con esos dulces de máquina. No importa cuanto haya tratado, él es el único que puede hacer que tenga un paro cardíaco, un hermoso paro cardíaco.

Las bibliotecas se han vuelto más grandes que la última vez que estuve en una escuela. O Universidad, lo que sea. Todos estos chicos, con el calor... no, por suerte, no me metí de nuevo en una institución como estas. Hice todo lo que planeé hacer. Mis proyectos están yendo más rápido de lo que pude prever. La empresa va bastante bien, con altos y bajos como todo, pero nada que no pueda tomar en mis manos. Todavía, tengo que hacer algunos arreglos para empezar con las becas para aquellos artistas no descubiertos aún. Eso me llena de emoción. Tengo un buen equipo conmigo. Y lo que lo hace mucho mejor, es que mi padre hizo malos movimientos y perdió mucho dinero, dinero que trató de sacarme a mí, y luego trató de pedir prestado como un bebé llorón. Apenas pude contener la risa. Claro que lo ayudé, pero él ya no es el jefe.

Tomé aire. Esto se ve más difícil de lo que pensé. Toqué mi bolsillo para ver que todo siguiera ahí, y me saqué los lentes de sol. Entré a la librería y me dirigí a donde Robert dijo que Halley estaba. Una señora me sonrió a la entrada.

-¿Quiere que lo ayude señor?

Iba a decir que no. Pero luego, se me ocurrió una idea.

-¿Le vendrían bien unos quinientos dólares?

La señora me miró con sus cejas pintadas hacia arriba, y una sonrisita.

Cuando todos salieron de la biblioteca, excepto Halley, claro, me acerqué a dónde estaba. Mis manos temblaban, era una cosa horrible, pero genial al mismo tiempo.

Cuando me alejé del hospital, sentí una punzada en mi pecho, y la seguí teniendo durante estos tres años. Solo sabía que para que se vaya, la necesitaba a ella. Era todo lo que me faltaba y necesitaba a pesar de mis otros deseos. Pero, no se equivoquen, todo lo que hice, el alejarme, fue también una de mis razones de vivir, porque si no lo hubiera hecho, no hubiera podido hacer todo lo que hice, estar solo es una de las cosas que todos tendrían que probar. Pero como dije, volví. Y esta vez planeo quedarme.

Di la vuelta en el pasillo correcto, y ahí estaba. Con su pelo negro recogido, zapatillas demasiado viejas, y un vestido beige. Hermosa. Sencilla. Mi Halley.

Tomó un libro que estaba un poco más arriba que su cabeza. Lo leyó y sonrió.

Me acerqué. No dije nada, solo... saqué la pequeña cajita de mi bolsillo, y me arrodillé.

Sus ojos viajaron por mi rostro. Ojos bien abiertos y acuosos. Con su boca semi abierta. No parecía enojada. Estaba atónita y emocionada. 

-Esta es la parte donde te casas conmigo. Dices que me amas. Y que, claramente, no puedes vivir sin este hermoso y sexy cuerpo.


Y así lo hizo. 

Mi RazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora