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Las esposas sobre sus muñecas molestaban a Peter Quill mientras caminaba, forcejeando con las personas que lo secuestraron y que, probablemente, acabarían asesinándolo. Se encontraba más que molesto y, cuando vio a un guardia hurgar entre sus cosas, su ira aumentó.
Peter observó al guardia, quien tomó un par de papeles y comenzó a releerlos, una sonrisa formándose sobre sus labios. Le tomó unos segundos a Peter el comprender que aquellos papeles eran las cartas que él había escrito para ti. Entonces, enloqueció.
—Hijo de––, gruño, entrando a la celda de inmediato —. Eso es privado.
—Son lindos—, rió entre dientes el guardia —. Me gusta éste especialmente, en el que enumeras todo lo que harás cuando la vuelvas a ver—, sonrió cínicamente el hombre, levantando y señalando la carta de la que hablaba.
— ¡Maldito bastardo azul! ¡Esas cartas son mías! ¡ESAS CARTAS SON PARA MÍ CHICA!—, gritó Peter, provocando que el guardia perdiera su temperamento y atacará a Peter, pegándole el estómago.
Los demás guardias intervinieron entonces, tomando a Peter y volviendo a llevarlo a la fila de la cual se había salido. El otro guardia le seguía gritando, al igual que Peter le contestaba a los gritos con obscenidades.
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