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Marisol y Peter llevaban un par de meses saliendo. A pesar de lo unida que era la pareja, el chico se rehusaba a contarle sobre su identidad secreta con temor a que ella se alejara.
Aunque un día no le quedó de otra que admitir que había evitado que un robo ocurriera en una tienda. Claro que no dio muchos detalles, de lo contrario la chica ataría los cabos en cuanto la noticia apareciera por doquier.
El adolescente contó el hecho con naturalidad, minimizando toda la situación de forma que justificara el morado de su ojo. Sin embargo, eso no evitó que Marisol se volviera loca.
— ¡Peter, no puedes hacer eso! ¿Qué si salías herido?
Peter sonrió entretenido. Le parecía un gesto tierno el que se preocupara por él de tal forma. Si tan solo ella supiera qué hace realmente.
Marisol frunció el ceño ante su sonrisa y Peter la tomó por los brazos, con la intención de calmarla —. Tranquila, bebé. No pasó nada, aquí estoy.
—Por favor, no vuelvas a arriesgarte así. Si te llegara a perder, no se que haría—, pidió Marisol, abrazándolo con fuerza.
Peter sonrió, devolviéndole el abrazo mientras notaba que la chica realmente se preocupaba por él. Aunque aquella sonrisa no calmó los demonios de la morena.
—No voy a volverme a arriesgar. Perdóname, ¿sí?—, pidió haciendo puchero.
La chica se paró en la punta de sus pies, uniendo sus labios en un corto pero significativo beso. Con una sonrisa, rompió la acción —. Eres un idiota, Parker.
—Soy tu idiota.
—Obviamente.
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