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Faith se ató el cabello en una coleta mientras subía las escaleras, dirigiéndose a su departamento. Una vez que llegó, posó su bolso sobre la mesa y buscó con la vista a su compañero de piso y novio.
— ¿Bruce?—, llamó la morena una vez que no había rastro de su presencia —. Bruce, ¿estás?—, repitió, acercándose a su habitación para encontrarse con el hombre.
La sonrisa no tardó en aparecer, pero tan rápido como se formó, se esfumó al percatarse del ánimo del azabache. Él caminaba de un lado al otro mientras movía sus manos una contra la otra de forma frenética. Cuando se encontró con la mirada de la chica, se quedó estático, excepto por sus manos que seguían restregándose.
—Llegaste—, balbuceó Bruce Banner.
Faith frunció el ceño, parecía sorprendido de su presencia en su propia casa, incluso aunque él sabía que llegaría a esa hora del trabajo —. ¿Qué pasa?—, inquirió preocupada, temiendo que el hombre estuviera tan nervioso por una razón que desgarraría su corazón.
—Yo––, murmuró pero se frenó de inmediato, bajando la mirada y concentrándose en el suelo.
La chica se acercó con preocupación, una ligera sospecha recorriendo su cabeza. Desde el desastre en Sokovia, el científico se sentía más que culpable. Estaba destruido. No importaba cuantas veces Faith le repitiera que no era su culpa, Bruce seguía culpándose a sí misma.
A Faith no le gustaba echarle la culpa a Wanda, no obstante aunque ella lo había mencionado con la intención de convencer a su novio, eso tampoco funcionaba.
—Bruce, ¿qué pasa?—, insistió.
El científico volvió a mirar a la chica, observándola a los ojos y admirándola como siempre lo hacía —como si fuera lo mejor que le había pasado en su vida—. Apretó los labios, tragando saliva antes de soltar de sopetón —. ¿Por qué estás conmigo?
Faith pestañeó. La pregunta le cayó como un balde de agua fría.
Realmente no se esperaba eso. Su mente había construido diferentes escenarios —y posibles formas de solucionar el problema—, pero nunca se le había cruzado la posibilidad de que el hombre dudara de sus sentimientos.
La chica se acercó a Bruce, sus pies moviéndose robóticamente mientras sus ojos no se despegaban de los de él y sentía en su pecho como si su corazón hubiera sido golpeado. Él dio un paso atrás, pero se detuvo cuando Faith tomó su rostro entre sus manos para que la mirara a los ojos.
—Bruce Banner, eres la persona más maravillosa que he conocido—, admitió, con una genuina sonrisa generándose en sus labios ante las memorias de momentos pasados con él —. Eres literalmente increíble. No puedo creer que seas tan inteligente, ni que seas tan amable, tan desinteresado. Puede que no opines lo mismo, pero para mí eres la mejor persona en este mundo. Y es hora que lo aceptes, Bruce, te amo. No importa cuánto dudes de ti mismo, nunca me iré a ningún lado. Siempre estaré aquí para ti.
El científico sonrió, pero su gesto tembló antes de preguntar —. ¿Qué pasa con el otro chico?
— ¿Hulk?—, mencionó Faith y Bruce se encogió ligeramente —. Es parte de ti, y te amo completamente. Debes dejar de atormentarte por eso, por todo. Tu mayor problema es, al mismo tiempo, tu mejor cualidad: que piensas todo. Demasiado. Deja de ser tan arduo contigo mismo, es imposible que hagas algo malo a posta. Lo sé y sé que tú lo sabes en el fondo.
>> Ahora, por favor, saca esa estúpida idea de que eres malo de tu cabeza. Eres perfecto para mí, Bruce. Claro que tienes tus imperfecciones, pero eso es lo que te hace real. Eso es lo que hace que te ame más.
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