13-LA MIRADA EN ELLA

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REVOLTIJO [1]
***


LEVI

Jamás había visto esa mirada en ella, pero solo una vez bastaba para darme cuenta de que no quería volver a presenciar algo así. Fue como ser abofeteado. Por sus ojos pasó todo lo que no dijo en voz alta; su expresión fue del dolor más desgarrador a la desilusión, para terminar en resignación. Pude ver con claridad cómo la luz en su interior se debilitaba, sin embargo no se derrumbó. En su lugar tomó una profunda respiración y cuadró los hombros para después mirarme de una manera que me hizo sentir como un miserable gusano indigno de su amor.

Esperé que gritara o llorara o me insultara de todas las maneras posibles, pero Lucette no era así. No, ella no era impulsiva como yo. Ella se lo guardaba todo, diseccionaba sus pensamientos y elegía qué era lo mejor para decir. Por eso no me sorprendió la frialdad con la que me pidió que me fuera a la mierda y la dejara en paz.

Ella no sabía que me pedía un imposible.

Estuve a punto de ir tras ella cuando giró sobre sus talones, con la mirada orgullosa más herida que le había visto. Sabía que necesitaba su espacio y creo que eso fue lo único que me contuvo de perseguirla. La vi marcharse, escuché el portazo que dio Luce al salir e hice una mueca de fastidio. La había cagado de nuevo y esta vez no estaba seguro de que ella fuera a perdonarme. No era nada nuevo que metiera la pata, de hecho parecía imposible para mí abrir la boca y no decir algo que la hiciera sentir mal. A todos, si soy sincero, pero ella parecía ser más sensible a mis palabras que el resto de mis conocidos.

Dos años no habían bastado para que se acostumbrara a mi carencia de un filtro verbal.

No sabía cómo pasaba eso. En mi cabeza las palabras se oían bien, inofensivas, pero a la hora de vocalizarlas resultaban ser una mierda. Y siempre terminaba así, sintiéndome como la mierda, haciendo sentir a los demás como la mierda también.

Era una maldición.

Me volví hacia la estufa al sentir ganas de romper algo y vi las tostadas francesas que había intentado hacer. Eran el desayuno favorito de Luce, quise sorprenderla al salir de la cama. Me había despertado después de escasas horas de sueño, y la confusión se había apoderado de mí al verla acurrucada a mi lado. Durante varios minutos lo único que hice fue observarla y pensar en lo que había pasado la noche anterior, y mientras revivía las escenas en mi mente quise volver a besarla, a tocarla, deseé conocerla desnuda, recorrer su piel... Incluso me tomé mi tiempo para contar alguna de las pecas pintadas en su rostro, pero en mi interior no estaba ese alboroto que había esperado sentir. No había mariposas ni un corazón acelerado. Todo era... paz.

Estar con Lucette me calmaba, nada más; no pasaba de eso.

Se suponía que su presencia debía quitarme la respiración, ¿no? Si estuviera enamorado, verla debería despojarme de la capacidad de pensar, eso era lo que se decía, sin embargo mi cabeza se había mantenido en silencio y mis pensamientos, tranquilos. Lo único que había podido pensar era en lo relajada que se veía y lo graciosos que eran sus ronquidos; en lo mucho que se me antojaba mordisquear su boca otra vez y verla sonreírme como la noche anterior. Deseaba corresponder ese amor que me profesaba, mas no podía obligarme a sentir algo que no estaba ahí. No podía hacerlo aparecer por arte de magia y ya. Si las cosas fueran tan sencillas, si pudiéramos querer a quien nos quisiera y olvidar a quien nos lastima, todo sería perfecto. Desgraciadamente, la vida real no funciona así.

Yo admiraba a Luce como persona. La apreciaba, me gustaba su inocencia y prudencia, me agradaba que estuviera siempre para sus amigos, dispuesta a ayudar o escuchar, a aconsejar si era necesario, aunque a veces sentía que no era la verdadera Lucette la que ella mostraba. Era demasiado contenida, demasiado... correcta.

Siempre has sido tú ✔ (EN LIBRERÍAS)Where stories live. Discover now