22- UNA NUEVA EN EL GRUPO

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UNA NUEVA EN EL GRUPO
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Al día siguiente no quise salir de mi habitación. Mi estado de ánimo estuvo fluctuando entre la tristeza más profunda y una rabia colosal, por lo que preferí recluirme y evitar a Levi.

Tenía miedo de salir, verlo y estallar en llanto. O de arrojarle a la cabeza lo primero que encontrara a mano, como un florero o un libro. Temía salir y encontrarlo con esa sonrisita satisfecha que se le dibujaba automáticamente tras pasar una noche en brazos de otra chica. Tenía miedo de que sonriera al verme y actuara como si nada hubiera pasado... Pero, sobre todo, tenía miedo de que la noche anterior hubiera actuado movido por el dolor y de que por ello me lo encontrarafuera a encontrarme con el remordimiento escrito en sus ojos. Aquello solo habría significado que lo había hecho para lastimarme, y Levi, aunque me había lastimado muchísimas veces, jamás lo había hecho con intención. Fue por eso que preferí estar encerrada.

Solo me atreví a salir un par de veces de mi cuarto en busca de algo para comer y para ir al baño, pero nada más. Eso sí, llamé a mi madre varias veces para preguntar por mi padre. La operación había resultado ser menor —nada tan grave como nos habían hecho creer— y la habían efectuado en la madrugada. Gracias a Dios todo había salido bien. Ambos se hallaban ya de vuelta en casa y él reposaba, justo como le habían indicado. Por más que le había pedido que me dejara acompañarlos, ella se negó y, aunque me había dolido, al final no me quedó otra opción más que aceptar. Lo importante era que ya había pasado lo peor. Según las indicaciones del médico, solo debía seguir cuidando su alimentación, hacer ejercicio moderado una vez se recuperara y no hacer grandes esfuerzos durante un tiempo. Aquello me tenía más tranquila, pero seguía... apagada.

Llamé a Vick al querer distraerme un poco tras la conversación con mi madre, pero ella tenía el celular apagado, así que por último llamé a Colin. Me contó que ya había llegado y el vuelo había sido agradable. Charlamos solo unos minutos antes de que tuviera que marcharse para salir a comer con su familia.

Miré mi celular y me di cuenta de que no tenía a nadie más para llamar. Eso era triste. Me había recluido durante tanto tiempo, me había negado a hacer amigos por miedo de que no le agradaran a mi madre, y ahora notaba el poco contacto que tenía con el mundo exterior. Claro, tenía compañeros, pero no podía considerarlos mis amigos. Me sentí molesta conmigo misma, porque había sido yo quien los había dejado fuera de mi vida, había sido yo misma quien me había limitado tanto. Y en ese momento me sentí tan harta de mi autoimpuesto aislamiento, me sentí tan cansada de ser así, que tomé mi computadora, las llaves del auto y salí, temerosa de venirme abajo si me quedaba un solo segundo más entre aquellas paredes.

No sabía a dónde iba ni por qué de repente sentía la necesidad de salir de mi zona de confort. No entendía de dónde salía esta abrumante sensación de buscar libertad —de encontrarme a mí misma—, pero no di marcha atrás. Conduje sin rumbo fijo. Di vueltas alrededor de la ciudad en busca de algo que todavía no tenía claro, hasta que un local llamó mi atención. Era una cafetería, pero fuera tenía un flyer que anunciaba un próximo taller literario abierto al público en general.

Aquello captó todo mi interés. Estacioné justo frente a la entrada y me apeé del coche para pedir más información; me interesaba asistir. El corazón me latía a toda prisa sin razón alguna mientras me encaminaba hacia la puerta. Las manos me temblaban y sentía las rodillas inestables.

¿Qué me estaba pasando?

El murmullo de varias voces femeninas me saludó cuando empujé la puerta. Un timbre cantó para alertar mi presencia y, poco a poco, las mujeres reunidas alrededor de una mesa giraron sus miradas hacia mí, interesadas en saber quién había llegado. Eran pocas —tal vez cinco o seis—, pero me sentí agobiada de inmediato, como si me encontrara en medio de una gran multitud.

Siempre has sido tú ✔ (EN LIBRERÍAS)Where stories live. Discover now