3

153 23 2
                                    

Desconocido.

La esperé por cuatro horas, ella no apareció, incluso cuando me aseguraron que vendría.

Recorrí la habitación unas treinta veces, me tomé la botella de vino blanco que estaba dispuesto a compartir con ella. Cuando estuve lo suficientemente borracho y exasperado, aventé una de las copas de cristal contra la pared gris, aterrizó en el suelo, convertida en miles de trozos centelleantes. Una especie de adrenalina comenzó a acumularse en mi pecho, presionándome a respirar con trabajo, la desesperación se volvió invencible. Estampé mi mano izquierda en el enorme espejo del tocador, el vidrio terminó resquebrajándose por la súbita agresión. Pasados seis segundos, un dolor frío y punzante, se adueñó de mis nudillos, para darle paso a un hilo de llamativa y espesa sangre.

Tapándome los cortes con la mano sana, tome asiento en el piso de helados azulejos y me quedé dormido.

Clarisa.

Coloco el maletín pesado y plateado delante de Leblanc. No me quita los ojos de encima, en ningún momento. Uno de sus hombres se desase de los seguros por ella, y abre el bolso. Su visión viaja al interior de la maleta, y estoy agradecida. Lleva uno de sus dedos, finamente pintados, dentro y los pasa por cada fajo.

-Quince mil. -su boca esboza una sonrisa maliciosa. Me vuelve a mirar. -Eres una zorra muy buena. -entorno los ojos y me cruzo de brazos.

-¿Puedo irme ya? -rasco el interior de mi mano derecha.

-Desde luego. -asiente. Mis latidos recobran la tranquilidad.

-¡Oh, gracias a Dios! - estoy a punto de sonreír. Odio este pestilente lugar. ¿Cómo puede pasar tanto tiempo aquí? Todo está tan oscuro y vacío. Una aterradora tiniebla, a decir verdad.

-Te irás sin nada. Ésta vez. -su voz sale con total naturalidad. ¿Qué?

-¿Por qué? -enuncio más fuerte de lo que tenía previsto. -Es nuestro trato. -la ira comienza a inundar mi cuerpo.

-Lo sé. -asiente y cierra el maletín. El hombre a su derecha, lo toma y desaparece entre las sombras. -Pero tú, ma belle. Decidiste faltar a la cita pasada. -siento como la sangre corre ardorosa. -Ésta es mi forma de... -se golpea el labio con el índice mientras piensa. -Forzarte, -consigue decir. -A cumplir. -vuelve a gesticular una sonrisa. ¡Maldita!

-No puedes hacerme esto. -niego furiosa. -¿Te has vuelto loca? Ya te dije porque no vine. -las lágrimas amenazan con desbordarse. Quiero que mi voz suene natural, libre de cualquier sentimiento.

-Mi última palabra está dicha. -dice con calma. Hace la silla gastada hacía tras para levantarse. Me mira de soslayo, antes de irse.

-No puedes hacerme esto. -pronuncio alto y claro. Suelto un sollozo involuntario, tapo mi boca rebelde. No quiero que ella me vea llorar.

-Ya lo hice. -responde sin voltear y pronto de desvanece en medio de la frialdad de la nada.

Alcanzo a escuchar una puerta cerrarse a varios metros de distancia. Limpio con rudeza la gota caliente que baja por mi mejilla. Arranco la peluca de mi cabeza, el cabello me cae en cascada por la espalda. Salgo dando fuertes pasos de ese patético sitio. La impotencia me llena. ¿Cómo es posible que pueda hacerme esto?

La melena se me pega a la frente y a los hombros, producto a la inclemente lluvia que azota contra un París dormido. Sólo tardo unos minutos en empaparme de pies a cabeza. Soy consciente de que el maquillaje se está corriendo. La brisa nocturna, golpea arremetiendo y sacudiendo mi cuerpo delgado. Titiriteo un poco.

¿Quién Eres? (CANCELADA)Where stories live. Discover now