CAPITULO I: ALEXANDRA RAINIERI

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Lo primero que hizo al llegar a Marrakech fue contactar a uno de sus "amigos", un hombre de unos 50 años que ocupaba un importante puesto en el servicio secreto marroquí, quien pronto la instaló en el Riad Abracadabra, uno de los hoteles más exclusivos del lugar. Pero además de eso, le ayudó a ocultarse lo mejor posible, entregándole papeles de migración, dinero y una nueva identidad: Alexandra Rainieri. No había pasado mucho tiempo cuando "Rainieri" ya había conseguido una nueva cartera de clientes, un trabajo-fachada y casi retomado el estilo de vida lleno de lujos que llevaba hasta antes de conocer a Holmes. Irene Adler era solo un recuerdo, y aunque Alexandra pensaba algunas veces en el hombre que había salvado su vida, era una mujer totalmente diferente.

Su trabajo-fachada era administrar una galería de arte, ubicada cerca de Guéliz, y aunque al principio ella sólo debía estar allí para sonreír y tomar algunos datos de potenciales compradores (y conseguir clientes para su real trabajo), poco a poco comenzó a interiorizarse del tema, por lo que en realidad, la galería se convirtió en un trabajo bastante interesante. Su amigo, León Benhima la visitaba con frecuencia para asegurarse de que estaba bien, y también cobrar sus favores. Era la única persona que aun (y siempre en privado) la llamaba por su verdadero nombre.

Administrar la galería era un trabajo bastante dinámico. Había días que se iba del local mucho más tarde de lo que pretendía, haciendo que los hombres la mirasen raro mientras esperaba un taxi o el automóvil del hotel, y es que a nadie le gustaba ver a una mujer sola a esas horas por la calle. Sin embargo, otros días, acababa bastante temprano, dejándose incluso tiempo para pasear por Guéliz, mirar las vitrinas, comprar ropa y algunos accesorios necesarios para su "otro" trabajo. Llevaba dos meses en la galería y había aprendido bastante sobre el asunto, se sentía cómoda en ese ambiente, de gente poderosa, culta, pero con una gran sensibilidad.

En una de esas tardes ociosas, en que parecía que nadie se asomaría por el lugar, se dedicó a observar las pinturas. Se detuvo frente a una que representaban las cataratas de Reichenbach, sin duda era hermosa y abismante. Su precio era altísimo, mas, con sus habilidades había conseguido que un importante millonario inglés se interesase por ella. La admiró por un momento y luego decidió retirarse.

Salía de Zara cuando lo vio. Se paralizó por completo, no lo había visto en persona más de tres veces, pero era inconfundiblemente él. La altura, el color de su pelo, incluso parecía que usaba el mismo traje que tenía puesto la última vez que se encontraron. No podía determinar con certeza si él sabía que estaba viva, sin embargo, prefirió no arriesgarse y buscó un taxi lo más rápido que pudo. Ya en el auto se dio cuenta que él y su comitiva se dirigía a la galería. Un escalofrío recorrió su espalda.

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