SOMBRAS EN ROJO

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Era una de esas noches en que le costaba dormir. En las que ni tres parches de nicotina, ni el coctel de somníferos que había hurtado del botiquín de la señora Hudson podría ayudarlo. Por supuesto, John no lo sabía. ¿Cómo podría? Él creía que el problema finalmente estaba resuelto cuando el anuncio del juicio de Moriarty se hizo. Había algo que perturbaba la mente de Sherlock Holmes punzante y consistentemente. La sensación pesada de que, contrario a lo que Watson creía, esto aun no había terminado, que, de hecho, recién estaba empezando.

Se levantó de su sofá y se paró en la ventana, miró de reojo su violín y acarició sus cuerdas. En dos días, el juicio de Jim Moriarty iniciaría y él tenía que estar presente, pero no podía, porque los sentimientos, esos que el mismo menoscababa cada vez que tenía la oportunidad le estaban ganando una pelea que pondría en jaque el resto de la guerra. Miedo. Tenía miedo de no saber que venía. Entendía todo, todo el proceso, incluso el mensaje en el vidrio. Entendía que él no quisiese defensa. Pero no la resolución final, no el cometido. Porque hasta la llave era un detalle insignificante.

Se volvió a sentar y miró los periódicos que estaban amontonados sobre la mesa. Prensa, que inicialmente lo había alabado por su inteligencia, sus vivaces deducciones e, incluso, su insoportable carácter. Medios, que ahora tomaban cada oportunidad para burlarse de él, de su soledad, de Watson. "si supieran" pensó, con una sonrisa. Pero ese pensamiento traería recuerdos de una etapa breve y oscura, por lo que decidió cambiar el rumbo y decidir qué haría en el juicio. Tenía dos opciones: ser él mismo; Arrogante, brillante, teatral; o cambiar a una de esas tantas personalidades que utilizaba para averiguar cosas; Tranquilo, bueno, tímido. Ambas tenían sus riesgos y ventajas. El principal riesgo de la primera era que lo considerasen en desacato; de la segunda, que Moriarty lo viese como una pieza débil del engranaje. ¿Hay algo peor que verse débil a los ojos del enemigo? Pero su deber moral, ese que lo había mantenido del lado correcto durante todo ese tiempo, le obligaba a meditar cuidadosamente su decisión. Su deber era llevar a ese hombre tras las rejas. Le seguía pareciendo erróneo, pero decidió optar por la segunda alternativa. Era absurdo, nunca se dejaba llevar por presentimientos que no se fundasen en lo que veía u oía, pero esa noche había algo que le pesaba, que no lo dejaba pensar con claridad. El miedo a volver a equivocarse. A dejarse llevar por esa intuición suya y fallar, a ser idiota, como aquella vez que descifró un código, que no era código, en menos de un minuto.

Cerró los ojos un momento, agradeció estar solo, John jamás debería ver esa indecisión en él, esa era una de sus máximas prioridades. Sin embargo, solo, en la penumbra, se dejó llevar por las sombras de los miedos y recuerdos. Sabía que esa sensación no desaparecería con los parches de nicotina, ni con somníferos, ni con cigarrillos reales. Conocía su opción, y aunque había prometido a su hermano que dejaría de hacerlo, le era fácil romper promesas, especialmente si haciéndolo, se dañaba a sí mismo. Abrió la primera gaveta del mueble junto al escritorio. Tenía un doble fondo donde siempre guardaba una provisión de cocaína. La morfina estaba escondida detrás de las repulsivas partes humanas que guardaba en el refrigerador, y la heroína ¿dónde demonios la había dejado? Detrás de su cuadro de la tabla periódica. Si, ahí estaba. Pero no ese día. La soledad merecía el doble fondo del cajón. Sacó algunas de las cosas que tenía ahí para despistar, y sólo quedó un celular.

"Este teléfono es mi vida, señor Holmes" Sonó vívido en su cabeza como la primera vez que lo oyó. Se volteó a comprobar que estaba solo. Pensó por un segundo que quizás la cocaína no era necesaria, pero el miedo se apoderó de su espalda en cuanto notó que sólo había sido su cabeza jugándole una mala pasada. Aspiró una línea y la guardó. Destapó una botella de vodka y bebió como si fuese agua. Se fue a su habitación con el celular en la mano derecha. Sin desvestirse, se tendió sobre la cama, sujetándose fuerte a ese rastro de humanidad, a la grieta en la lente, más vívida y real que nunca. Tangible. Se durmió con el aparato en su mano.

Despertó temprano y volvió a guardar el móvil en su lugar. Le fue fácil disimular la angustia que acarreaba desde la noche anterior, ya que John estaba demasiado nervioso y preocupado por el juicio para notar que su amigo estaba diferente. Al llegar la noche, volvió a sumirse en sus pensamientos, pero no dejó que los miedos lo acechasen. Estaba incluso, de mejor humor. John había salido a una cita, o algo así. Sherlock se quedó, sentado con las piernas cruzadas sobre su sillón, repasando cada paso de Moriarty, desde el taxista, hasta ahora. Comenzaba a entender el motivo, el fin de este nuevo acto, pero le faltaba definir el punto culmine. La nota final de la sinfonía. Estaba casi allí, cuando un sonido lo sacó completamente de su palacio mental. Era EL sonido de la mujer. Se sobresaltó y prácticamente corrió a buscar su celular, tenía que comprobar que era real. Y ahí, frente a sus ojos, un mensaje sin leer.

"REICHENBACH = CASCADA = CAIDA"

Notó que lo había escrito sabiendo que él lo descifraría. Sonrió complacido. Tomó el celular entre sus dos manos y las llevó a su boca. Él le había salvado la vida, y ella ahora, intentaba hacer lo mismo. Volvió a sonreír y jugó con su móvil lanzándolo al aire una vez. Se fue complacido y feliz a su habitación. Sabía exactamente lo que tenía que hacer.

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El juicio de Moriarty era esa mañana y antes de salir dudó si enviar un mensaje a su hermano Mycroft, creía que no se encontraba en Londres, últimamente viajaba mucho, y quizás había previsto lo que ocurriría. Sin embargo, ante la evidencia de lo que ocurriría, decidió dejar de lado un poco de su arrogancia y pedir ayuda. Sin Mycroft no podría, aunque le costaría explicarle como lo supo.

"NECESITO IDEAS. TENGO ALGUNAS, 6 PARA SER EXACTO.

NO SERÁN SUFICIENTES.

SH"

Esa sombra, el matiz de sus labios rojos. Mismo color que utilizase para su vestido y esmalte de uñas, le había dado la clave para ir un paso adelante.

EN LA LINEA DE FUEGOWhere stories live. Discover now