CAPITULO XVI: RESCATE

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Envió a Mycroft todo lo que pudo en un correo cifrado, el mapa y las fotos que obtuvo del lugar. Informó con la mayor objetividad posible sobre el estado de Margarette y se sentó a esperar; sin embargo, estaba ansiosa. Tomó un periódico y notó que la prensa destruía a Sherlock. Se hablaba de que había inventado un secuestro y que se había fugado. Dejó el diario de lado. No tenía mucho sentido intentar calmarse con algo que la agobiaba mucho más. Pensó en la situación de la muchacha. Quizás debió obviar el protocolo y llevársela con ella. Acogerla en el apartamento hasta que alguien llegase a buscarla para reunirla con su familia. Pero no lo hizo, y ahora quizás era demasiado tarde. Se quedó atenta al teléfono y no pudo dormir. Mycroft apenas la llamó a la mañana siguiente.

M: Lamento la tardanza. Pero hay otras cosas que... ¿Pudo averiguar sobre los planes de Sargyán para ella?

I: No, pero quizás la prostituya. O la mate para vender sus órganos. Lo que sea que vaya a hacerle, no tardará mucho, la tiene en muy malas condiciones, lo que es malo para ambos negocios.

M: Hay un equipo dispuesto a irrumpir en el lugar a mi comando. ¿Qué me aconseja?

I: Ahora, no perdamos tiempo... la pobre chica...

M: Señorita Adler. Preocuparse no es una ventaja, y en este momento, tenemos muy pocas como para regalarles un punto. ¿Puede calmarse, pensar con claridad y ser objetiva?

Irene respiró profundo y pensó en los antecedentes que tenía.

I: Mañana hay un partido de fútbol en el estadio del Besiktas. No sé si nuestro sospechoso sea aficionado a ese equipo, pero sin dudas sus amigos lo son. Tampoco creo que deje el lugar completamente solo para irse al estadio, pero habrá menos gente en el Bazar o por lo menos, estarán distraídos. Propongo irrumpir ahí, en el momento del partido. Y dios quiera que hagan varios goles.

M: eso está mejor.

I: Le dejé uno de mis teléfonos. Si la cambian de posición o le hacen algo, nos avisará.

M: Bien señorita Adler. No puedo estar más satisfecho con su trabajo.

I: hay otra cosa

M: ¿y bien?

I: Su hermano, he leído la prensa... ¿qué... qué está pasando con Sherlock?

M: ¿usted cree lo que dicen?

I: ¿Podría?

(Pausa)

I: Señor Holmes... por favor (se le escapó un pequeño sollozo) hay... quizás debí decírselo. Le escribí a su hermano... cuando Moriarty me encontró, me habló de su plan. Quise advertirle a Sherlock, pero... quizás fue demasiado tarde.

M: Lo sé.

I: ¿qué pasará ahora? ya, ya sé que me dijo que es clasificado. Pero no puedo, por favor, dígame que él estará bien.

M: Señorita Adler, le acabo de decir que preocuparse no es una ventaja, y menos por mi hermano.

I: Yo sé lo que Moriarty quiere... ¿en serio me pide que no me preocupe sabiéndolo?

M: Hay cosas que son inevitables. Preocúpese de llevar su misión a buen término.

Irene intentó concentrarse en otras cosas, pero no pudo. Por la tarde, recibió por mano un sobre con la información sobre la operación. Ella acompañaría a los agentes que realizarían la extracción de la joven. Intentó todo para dormir bien, sabiendo la importancia de la responsabilidad que le daban, sin embargo, tuvo pesadillas toda la noche y la angustia oprimía su pecho. A la hora del partido, programado a media tarde, se reunió con dos agentes a las afueras del Bazar y comenzaron a recorrer el lugar. Se encontraron con tres más en el cruce antes de llegar al apartamento. Ella les hizo una seña indicando el lugar. Caminaron separados para pasar desapercibidos y en parejas, comenzaron a subir las escaleras. Se dispersaron por el nivel intermedio, observando las vitrinas. Irene se paró en el lugar desde dónde se veía la puerta roja y una de las agentes se paró junto a ella. Entre risas y cuchicheos sin sentido, Adler le señaló el lugar. La mujer subió tranquila, y cuando hubo avanzado cuatro escalones, hizo una seña a otro de los agentes para seguirla. Un tercero bajó las escaleras para resguardar la única entrada del edificio. Irene subió y el otro agente se quedó en esa planta, supervisando la subida.

Los tres que subieron hicieron el suficiente ruido como para que si el sospechoso estaba ahí, los oyese y saliese a su encuentro, sin embargo, nadie los notó. En los apartamentos vecinos se oía la televisión desde afuera. Se miraron y el agente hizo un ademán de conteo; cuando llegó a tres tumbó la puerta. Adler pasó primero y le señaló el camino. Encontraron a Margarette en la misma forma en que ella la había encontrado el día anterior. Le ayudaron a levantarse y apoyada sobre las dos mujeres, salió del cuarto. El hombre esperaba en la puerta y les hizo una señal para avanzar. Bajaban las escaleras cuando oyeron un disparo en la planta baja. Se miraron y volvieron a subir para obtener una mejor perspectiva. A través de los intercomunicadores dieron la alerta de que Aram Sargyán y un grupo de sus hombres armados habían llegado al lugar. No tardaron mucho en divisarlos.

-¿No hay otra salida? – preguntó la agente a Irene.

-No... no. Es la única escalera – contestó desesperada, pero luego recordó la ventana – hay una ventana tapizada. Si mal no recuerdo, los otros edificios tienen escaleras de incendio por ahí, este también debería.

El hombre se quedó resguardando la entrada, mientras las dos mujeres y la chica intentaron abrir la ventana.

-¡Atrás! – vociferó la agente, al momento en que sacaba su arma y disparaba a la ventana. Luego, le dio una patada y el material con el que estaba cubierta cedió. Antes de bajar, Margarette fue por el colchón que tenía en la habitación y les sugirió prenderle fuego. Adler sacó unos fósforos de un cajón y lo incendió. Las mujeres bajaron por la escalera mientras que los hombres se abrieron paso por la entrada principal. Se encontraron corriendo en la calle más concurrida del Bazar. Decidieron dispersarse y Margarette quedó al cuidado de Irene. Se alejaron de la multitud, pero llegaron a un callejón sin salida. Se devolvían cuando Aram, quien parecía sangrar desde una pierna, las encontró.

-¡Maldita ladrona! – les gritó.

Irene nunca había deseado tanto como en ese momento, tener su fusta. Pero reaccionó rápido, sacó su arma de la parte trasera de su pantalón y le disparó en el hombro izquierdo. No fue suficiente para derribarlo, pero si para paralizarlo por unos momentos, le indicó a Margarette que corriera y la siguió, pero antes, se paró frente al hombre que se tomaba la herida de bala y apretó la que sangraba en su pierna, hasta que sintió como su fuerza cedía y se dejó caer. Siguió a la muchacha y divisó a uno de los agentes, quien las esperó y les señaló por donde salir. El hombre lanzó un par de disparos hacia atrás y llegaron hacia los autos que los llevarían hasta la embajada británica.

Una vez en el vehículo, respiraron y dejaron que la tensión se fuese. La joven lloraba incesantemente; la dejaron. Entendían su sensación.

Comenzó a llover cuando descendieron del vehículo para entrar al edificio. Dejaron a Margarette con una especialista que la evaluaría psicológicamente, además de darle un baño, ropa limpia y comida. Mientras aguardaban en el vestíbulo por la instrucción para retirarse, Irene prestó atención a la televisión. Estaban dando una película, cuando hicieron un corte repentino.

Se ha reportado que hace algunos instantes, un hombre ha saltado desde el techo del hospital St. Bart's. Aun no tenemos confirmación oficial, pero se presume que correspondería al detective privado Sherlock Holmes. La información preliminar...

Pero en ese punto dejó de escuchar. Sintió algo dentro de ella quebrándose, lenta y dolorosamente. Se levantó con inercia cuando le anunciaron que ya podían marcharse y no oyó cuando los agentes se despidieron.

Volvió a mirar a la televisión y vio las imágenes sin editar de un cúmulo de gente y una ambulancia. Creyó reconocer entre los asistentes, a John Watson.

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