CAPITULO III: UN NUEVO TRATO

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"AVENUE MOHAMMED. 16.30"

Pidió que un automóvil del hotel la recogiese en la entrada a las 16.00, tiempo necesario para desplazarse con tranquilidad hacia el lugar convenido. Hizo su maleta, sabía que tenía que hacerlo. Media hora antes de salir, pidió que servicio a la habitación le trajera un trago y diez minutos antes de la hora señalada, retocó su maquillaje. Entonces bajó y fue conducida al lugar donde se encontraría con Holmes.

Irene llevaba un vestido verde, que llegaba a la altura de la rodilla, con un gran escote en la espalda, zapatos negros de unos 12 cm de altura, el cabello recogido y las uñas pintadas de rojo. Su bolso, un clunch negro con aplicaciones en verde que complementaban el look.

Se sentó en una de las bancas que bordean la avenida a esperar. Puntualmente a las 16.30 un automóvil de la embajada británica se detuvo frente a ella; se levantó por impulso y se acercó al vehículo, pensando que quizás Mycroft la llevaría a otro lugar, sin embargo y para su sorpresa, él se bajó e hizo un ademán para que el automóvil se retirase. Le extendió la mano, saludo que Irene devolvió con firmeza. Caminaron hacia el banco dónde ella estaba sentada.

-Pensé que iríamos a otro lugar - comentó luego de esperar en vano que él iniciase la conversación.

-No hay lugar más privado que uno público, señorita Adler - respondió sin mirarla.

-¿Y bien?

-Necesito de sus servicios, Irene. - contestó Holmes, serio, volteándose a verla por primera vez.

-Ya me lo había comentado. Pero no fue muy específico.

-¿Necesito serlo? - cuestionó Mycroft, mirándola fija y seriamente.

Irene no supo que responder. La idea de que Mycroft Holmes preguntase por sus servicios, era absurda, por decir lo menos. Sin embargo, la seriedad y el secretismo con el que estaba llevando todo el asunto le hizo pensar que la mínima posibilidad de que así fuese, era, en efecto, real.

-Insisto - sugirió, finalmente.

-Hace bien en pensar, Irene, que no la busco por la razón por la que la buscan mis colegas, o los jefes de mis colegas. Yo veo otro potencial en usted, y quiero explotarlo. Dígame, en su nueva vida como administradora de una galería de arte ¿ha aprendido algo sobre el manejo de documentos comerciales? ¿Sabe distinguir entre un manifiesto real y uno falso? ¿Podría distinguir una obra de arte real? ¿Sabe cómo obtener información confidencial y potencialmente criminal de los empleados de las aduanas?

El atraco de preguntas clarificó totalmente el panorama para ella.

-Si. Mi respuesta es sí a todo eso. Conozco cada movimiento, cada documento necesario en cada una de las operaciones que mencionó.

-Bien - contestó Mycroft, satisfecho, para luego quedarse en silencio por un par de minutos que a Irene se le hacían eternos.

-¿Cuando lo supo? - preguntó, para romper el hielo

-Perdón, ¿qué cosa? - dijo Holmes, distraído

-¿Cuando supo que estaba viva?

-Me llevó un tiempo, debo reconocer. Una tarde llevaba su expediente a casa de mi hermano. Quería demostrarle que esta vez usted si estaba muerta y que no iba a volver. Que podía dejarse de niñerías absurdas, entonces me encontré con el doctor Watson. Nos sentamos en Speedy's Coffee y le conté lo que había ocurrido. Él sugirió que podrías estar engañándonos nuevamente, pero le contesté que esta vez estaba seguro de ello; que sólo un Sherlock Holmes podría haberme engañado. Entonces lo supe - esta vez, Mycroft sencillamente no pudo ocultar su pesar.

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