CAPITULO XVIII: COTIDIANIDAD

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Por la mañana a Irene aun le parecía mentira todo lo que había ocurrido. Todo. Desde la repentina aparición de Holmes, (obviamente el hecho de que sobreviviese estaba implícito en ello), hasta su gratitud sincera, en cuya torpeza residía lo difícil que era para el detective encontrarse ante las ¿emociones? Que lo llevaron a despojarse de su armadura y presentarse frágil, en una palabra ante la mujer.

Sin poder describir sus propias emociones, arrebatadas y confusas, Adler salió de su habitación por un café. No solía arreglarse para estar en casa, sin embargo, esa mañana se puso un labial de un tono bastante natural y mascara de pestañas, lo que le dio algo de profundidad a su mirada. Mientras avanzaba por el pasillo luchaba contra sus propios nervios, intentando no fijarse en demasía en lo que Sherlock pudiese estar haciendo, pero intentando disimular su esfuerzo por ignorarlo. Al llegar al comedor, vio la cafetera sobre la mesa y una taza limpia que aparentemente Adalet había dejado ahí, junto a algunos pastelitos, típicos de la gastronomía turca. Irene comió uno mientras servía su café y luego, tomó la taza para dirigirse a la sala, donde terminaría de ordenar los reportes que Mycroft le había enviado.

Sherlock leía el periódico y apenas alzó la vista cuando oyó a la mujer entrar a la habitación. Irene cogió una carpeta que estaba sobre la pequeña mesa de centro y miró de reojo a Holmes. Leía el diario que recogía la historia de su suicidio. Algo preocupada por la estabilidad emocional de su compañero, Adler decidió levantarse y tomar una carpeta que estaba en un escritorio detrás del sillón que ocupaba Holmes. Pasó por su espalda y cuando vio que el detective efectivamente se había detenido en "su" historia, tomó el periódico desde arriba y lo jaló suavemente.

-No sé si sea bueno que lea eso – sugirió en un tono casi comprensivo.

Sherlock se volvió a mirarla, con la intención de protestar; sin embargo, al verla y notar en dos segundo sus intenciones tras el gesto, decidió cambiar su tono, sentándose nuevamente en la posición en que estaba.

-Quería saber que tan efectiva había sido la estrategia.

-Bueno, en mi limitada experiencia de muerta – dijo Irene, en tono jovial, acomodándose para re-leer sus archivos – creo que entre menos gente sepa que uno está vivo, mejor – y miró a Sherlock con una sonrisa, esperando que el detective se la devolviese.

Sin embargo, este no pudo hacerlo e Irene entendió. Hizo la delicada pregunta cuya respuesta parecía oprimir los pensamientos de Sherlock.

-¿El doctor Watson sabe que estás vivo?

-No – contestó el detective, con la voz casi quebrada, levantándose repentinamente para mirar por la ventana.

Irene siempre había hecho un paralelo entre él y su hermano, sobre todo en lo que a emociones trataba. Creía entender de qué madera estaban hechos, sin embargo, tras ver a Sherlock ahí, casi indefenso frente a sus ojos, entendió que en realidad eran muy diferentes.

Mientras Holmes miraba por la ventana, sus ojos se nublaron por un momento, sin embargo, alcanzó a notar el automóvil que Mycroft había puesto a su disposición estacionándose frente al edificio. Se sobrepuso, creyendo que Adler no había notado nada y tomó su bufanda para atársela al cuello.

-¿Vas a salir? – preguntó Irene, quien a diferencia de lo que se había planteado, seguía cada movimiento del detective atentamente.

-Si, asuntos en la embajada. Honestamente creí que estar "oficialmente muerto" sería más divertido – dijo, intentando sonar casual.

Irene dejó su taza sobre la mesa y fue a la cocina. Al volver, el detective abotonaba su chaqueta.

-Podrías aprovechar el viaje y pasar por esto – le dijo extendiendo una pequeña nota que había traído desde la cocina.

EN LA LINEA DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora