CAPITULO X: LA MANO ENTRE LAS SOMBRAS

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Lo que Mycroft explicó a Irene, en breve, es que cuando copió los archivos a la memoria flash, sacó más que sólo la vinculación de Benhima, el consorcio y Doenitz.

-Inconscientemente, señorita Adler, ha atado uno de los mayores problemas del gobierno británico con un caso que parecía no revertir mayor importancia, en nivel jerárquico. Y debo hacerle llegar las felicitaciones de muchos ilustres interesados en el asunto. La firma de esos contratos hubiese significado un escándalo mediático y político a nivel mundial, en el que el gobierno británico se hubiese visto vergonzosamente envuelto.

-Agradezco sus palabras, pero, ¿Cuál es el otro asunto?

-Tráfico de armas. Quizás el mayor en la historia. Con una guerra ad portas, era de esperarse, sólo que a esta escala...

Mycroft hizo una pausa. Miró con pesar los diseños del mantel mientras que Adler creía entender en que pensaba. Pero su cabeza estaba ocupada también. Esto lo cambiaba todo.

Finalmente, Mycroft se levantó de la mesa y dijo:

-Tendrá noticias nuestras, señorita Adler.

Y salió de la habitación.

Irene se terminó el desayuno, se puso un vestido que aparentemente Mycroft había mandado a pedir a su casa y finalmente dejó el hotel. Al llegar a su hogar, se quitó los zapatos y se tiró sobre la cama, vestida. Aunque la misión había sido un éxito, y la tensión no la dejaba pensar, al terminar, sintió como todas las emociones que había llamado para engañar a Benhima comenzaban a bailar entre sus sueños, amenazando con desestabilizarla. Durmió un par de horas y al despertar, tomó su móvil. Visitó el blog de John. Disipó sus dudas con las entretenidas aventuras de Sherlock Holmes y su amigo.

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Pasaron un par de días, cuando Irene, salía de la galería por almuerzo, con su vestido blanco, el cabello tomado y las uñas rojas como de costumbre, se fue a su lugar favorito cuando su móvil encriptado sonó. Un mensaje.

Comprobó que el número no era el registrado como Mycroft, y casi con el corazón en la mano, subió las escalinatas de la entrada del restaurant para pedir su mesa habitual y, tratando de controlarse, volvió a mirar el teléfono. Era el otro. Ese que no tenía nombre, el que pertenecía a una figura hasta ese entonces desconocida para Adler. Respiró profundo y abrió el mensaje al momento que llegaba su copa de vino blanco.

"TENGO ALGUNAS IDEAS DIVERTIDAS.

¿QUIERES JUGAR CONMIGO?

HABITACION 221 RIAD ABRACADABRA

XXX

JM"

La tormenta de ideas que pasaron por la cabeza de Adler es indescriptible. Bebió su vino de un trago y cuando el camarero le trajo su ensalada mediterránea de camarones, casi no pudo sacar la voz para pedirle que le volviese a llenar la copa.

Mycroft Holmes había guardado en SU teléfono el número de Jim Moriarty. ¿Por qué? ¿Qué pretendía? Ella estuvo pensando muchísimo tiempo en la posibilidad de que fuese Sherlock, hasta que se convenció, con gran esfuerzo de lo contrario. Pero ¿y si no? ¿Si sólo la curiosidad le ganaba y decidía comprobarlo? ¿Qué hubiese pasado entonces? Todas, absolutamente todas las posibles alternativas le parecían oscuras. Se llevó las manos a la cabeza, mirando fijamente el mensaje. Jim la había encontrado. ¿Cómo? ¿Cómo consiguió el número de ese celular? León, Mycroft, los terroristas de Karachi, y quien sabe cuánta gente más la buscaba.

Comenzó a comer. Entendió que por mucho que hiciese bien su trabajo, que fuese confiable, pulcra y eficiente, Mycroft jamás dejaría de verla con ese resentimiento. ¿Por qué se esforzaba en ser buena? La figura de Jim le parecía tentadoramente encantadora en estos momentos. No era precisamente un buen empleo, sin riesgo y con prestaciones, pero quizás era su única alternativa. Después de todo, gracias a él había conseguido tener a los Holmes a sus pies.

EN LA LINEA DE FUEGOUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum