CAPITULO XIX: JAQUE MATE

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Sherlock se levantó más tarde, tranquilo. Por alguna extraña y desconocida razón (para él) se sentía en calma sabiendo que Irene estaba ahí, a su lado. Se fue al baño, y salió. Había escuchado la puerta de la habitación de la mujer abrirse pocos minutos antes, por lo que creyó que llegaba a tiempo para acompañarla a desayunar. Estaba muerto de hambre.

Al llegar, notó que Adler no estaba sola. Mycroft estaba sentado frente a la mujer.

-Veo que era cierto lo de siempre llegar a las comidas. Hermano – saludó, al momento que tomaba la cafetera y se servía.

-Al parecer no han perdido el tiempo. – comentó Mycroft, con su típica sonrisa complaciente.

-No podía seguir extrañándote más. – contestó Sherlock, devolviéndole la sonrisa, en el mismo tono.

-Es el desayuno. ¿Pueden guardar sus disputas de hermanos por lo menos hasta el almuerzo? – comentó Irene, molesta.

Sherlock le dio un sorbo a su taza y lanzó una mirada de niño resentido a su hermano. Irene, sabiendo que las visitas de Mycroft siempre acarreaban un montón de cosas por hacer, decidió dejar de perder el tiempo y preguntó:

-Y bien, ¿qué me trae esta vez?

-Una disculpa. – dijo el mayor de los Holmes, en tono serio.

Adler y el detective alzaron la cabeza para mirarlo, sorprendidos.

-Por el amor de Dios, Mycroft. Me podrías matar con esas cosas – dijo Sherlock, dándole una mordida a un sándwich. – especifica y deja de ser dramático.

-Una disculpa por no haber venido en estos días. – continuó el hombre, como si no hubiese escuchado la intervención de su hermano. – Por la algo incómoda compañía que le hemos impuesto – mirada de regaño a Sherlock – y por la escasa información que le hemos podido proporcionar.

-Entiendo todo. Pero honestamente, si no había venido hasta ahora, con lo de Margarette y todo, no creo que haya venido solo a ofrecer disculpas. – contestó Irene, cordialmente.

-Traje sus últimas cosas de Marruecos y algunas cosas para mi hermano desde Londres.

Irene lo miró con desaliento. Le incomodaba no tener nada que hacer.

-¿Qué pasó con Margarette? ¿Cómo está? – preguntó luego de un largo silencio.

-Bien. La hemos reunido con su familia y le están eternamente agradecidos. Sin embargo, el sujeto escapó. – Sherlock hizo un gesto de desaprobación ante la exposición de su hermano – lamento no haberle informado, sé lo mucho que le importaba el destino de la joven, pero tenía un funeral que planear – y dirigió una mirada ruda al detective que miraba el periódico.

-De seguro te costó mucho fingir la tristeza. – lanzó Sherlock, sin despegar la vista del diario

-No tanto como creerías. – respondió el mayor, intentando ser honesto.

-Claro, recordabas que en realidad estoy vivo y te ponías a llorar.

-Sherlock – solicitó Mycroft, compasivo.

El menor de los Holmes lo miró con desagrado y se levantó de la mesa, para ir a la sala a revisar los objetos que su hermano había traído para él. Unos minutos después, y tras hablar de lo que había ocurrido en el gran bazar, Mycroft e Irene se le unieron.

-No traje nada de lo que había en el cajón del mueble junto a la ventana, si es lo que buscas, hermano. – dijo Mycroft apoyando su paraguas en el piso, con un tono que Irene interpretó como reproche.

EN LA LINEA DE FUEGOWhere stories live. Discover now