CAPITULO V: REICHENBACH

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Mycroft había dejado varias cosas dispuestas para la estadía de Irene en la casa que le había sido provista, entre ellas, solicitó que recibiese de manera periódica prensa británica. Irene entendió que quizás él quería que se mantuviese alerta a cualquier cosa que pudiese alterar el orden o la forma de ejecutar su trabajo, por lo que concienzudamente leía las secciones de economía, negocios, política y policial. En esta última, comenzaron a aparecer, con frecuencia, breves notas sobre Sherlock Holmes; al principio se las saltaba, sin siquiera leer el encabezado, aunque de a poco fue cediendo a sus ganas de saber de él. Cuando miraba de reojo una de ellas, le era inevitable pensar en si él sabía sobre ella, pero con frecuencia, decidía alejar esos pensamientos de su mente y salir a la galería. A veces, en cambio, se detenía, con su taza de café apoyada en sus labios y mirando fijamente el celular que Mycroft le había entregado. Le intrigaba muchísimo saber quién era el otro contacto guardado en él, al mismo tiempo que tenía la certeza de que cualquier intento por averiguarlo era el camino más rápido y fácil hacia una trampa de la que con seguridad no podría escapar.

En un día de esos, que la curiosidad le carcomía el cerebro, apareció en la galería el inglés que pretendía el Reichenbach. Venía a comprarlo, la negociación se hizo breve, ya que ambas partes estaban muy satisfechas con el trato, por lo que en realidad, fue la cordialidad y la cortesía lo que alargaron la conversación hasta un cordial almuerzo. Se despidieron, con la promesa del inglés de volver por otras piezas que habían llamado su atención y la certeza de Adler de que le avisaría cuando tuviese nuevos e interesantes cuadros. La fecha del embarque de la obra quedó provista para 3 días desde aquel.

Para celebrar la venta, invitó a su asistente a cenar, volvió a casa cerca de la medianoche y mientras se quitaba los pendientes, miraba el diario de esa mañana de reojo, para continuar la lectura que los recuerdos de Sherlock le habían impedido completar. En el artículo se hablaba del juicio de Rochester, pero hasta la impresión, se ignoraba la sentencia. La sobresaltó el sonido de su móvil. Llamada de Mycroft

M: espero no haberla despertado

I: en lo absoluto.

M: Excelente, porque necesito que me preste toda su atención. Tenemos un problema que resolver de manera urgente.

I: ¿Es sobre Rochester? Estaba leyendo sobre el juicio y...

M: No, en absoluto. Eso ha salido perfecto. Las pruebas aportadas fueron más que suficientes para encerrarlo por un buen tiempo. Es otro asunto ¿recuerda el portafolio que le entregamos?

I: Si, lo tengo justo aquí.

M: Bien. Tercer apartado, me parece. Es el único nombre jurídico en su lista. Saint Charles, ¿lo vio?

Irene tomó el archivo y comenzó a buscar, tal y como Mycroft había dicho, ahí estaba. Lo ojeó un poco y vio las fotos de algunas pinturas. Comenzó a entender.

I: Si, lo acabo de revisar. ¿Arte? ¿Robo o falsificación?

M: Falsificación. Salen desde Marrakech en 3 días. El problema es que aun no han sido identificados. La información provista por inteligencia hablaba de un mes o más de plazo...

I: ¿Y usted quiere que detenga ese embarque?

M: Eso es imposible, señorita Adler. Ni con todos nuestros recursos podríamos hacerlo. Necesito que los identifique y nos dé la información antes del zarpe para efectuar las gestiones requeridas e interceptar la carga apenas llegue a Inglaterra.

I: ¿Especificaciones?

M: Texto. Y que sea cuidadosa. Es todo.

Irene colgó el teléfono. Se levantó rápidamente del asiento y se preparó un café muy cargado. Desplegó la información que tenía de Saint Charles sobre la cama y se sentó frente a ella con las piernas cruzadas. Recibió el mensaje de Mycroft: tres cuadros, avaluados en total, en más de 80 millones de Libras, además, al día siguiente le enviaría los números de manifiesto, con tal de rastrearlos. "Mierda" pensó al leer la cifra. Comenzó a revisar los patrones de las pinturas que solían comercializar y notó ciertas preferencias en pintores, estilos y temas. Anotó todo cuidadosamente en una libreta. Como administradora de la galería, no parecía extraño que tuviese ese tipo de registros. Notó que uno de los accionistas de Saint Charles era el hombre que había comprado el Reichenbach. Sintió que había cometido un error fatal; se tendió sobre la cama unos segundos con los ojos cerrados y las manos entrelazadas sobre la frente, luego se incorporó de golpe y buscó entre sus registros de la galería. Aun no podía comprobar la conexión entre ese hombre y la misión que le había sido entregada, pero sin duda podía sacar provecho de la reciente transacción que había realizado. Preparó mentalmente su plan para el día siguiente (que sería largo y agotador) y con el reloj dando casi las 4 am, se metió a la cama para intentar dormir algunas horas.

EN LA LINEA DE FUEGOWhere stories live. Discover now