CAPITULO IX: DEDUCCIONES

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Al día siguiente abrió el periódico y se encontró con una foto enorme. "El héroe de Reichenbach" Sherlock de pie junto a la pintura, a su lado, su siempre fiel John Watson.

Irene puso especial atención en los detalles y se detuvo en varias ocasiones a observar la fotografía. No pudo evitar sonreír, su expresión de aburrimiento era fuente inagotable de diversión para ella. Nada había cambiado en él, y de cierto modo, le agradecía haber recuperado la pintura. Se fue a la galería y esta vez, como pocas, se llevó el periódico con ella. También aparecía una nota del viaje de la comitiva para la firma de los contratos. Por la tarde, decidió ir a visitar a Mycroft. Tenía ciertas conjeturas que discutir con él.

- Señorita Rainieri, ha pasado mucho tiempo sin saber de usted. Pensé que había abandonado el país – le comentó el encargado de la recepción.

-No, en lo absoluto. Sólo encontré otro lugar para vivir. Vengo a visitar a... un amigo – respondió Irene, sintiéndose algo incómoda por lo que esa frase involucraba. La había dicho un millón de veces, pero nunca se había referido (ni pensaba hacerlo) a Mycroft Holmes como un amigo.

-¿Quién es?

-El señor Mycroft Holmes.

El encargado la miró curioso.

-Me temo que el señor Holmes no se encuentra en estos momentos en su habitación, no puedo dejarla entrar si el huésped no está. Políticas del hotel, usted sabe.

-Así es, y lo entiendo, pero, verá... tengo, digamos, ciertas cosas que preparar – y dicho esto, sintió como el rojo se apoderaba de sus mejillas. Nunca le había pasado.

El empleado entendió a qué se refería y la dejó subir.

Irene entró en la habitación y la miró desde la puerta. Estar allí nuevamente acarreaba las contradicciones de las circunstancias que la habían llevado a tomar y posteriormente dejar el lugar. Dejó sus pertenencias sobre la cama y se sentó a esperar. Miró la mesita de noche, que tenía algunos efectos de Mycroft: Un estuche para lentes, "El príncipe" de Maquiavelo y una pequeña libreta roja. Tentada por la curiosidad, abrió el cajón, pero no encontró mucho más. Se puso de pie y en busca de una distracción, se sentó a la pequeña mesa que estaba frente a la puerta, tomando el periódico que habían dejado para Holmes. Tenía el crucigrama a medio resolver. Adler se volvió a detener en la noticia del impresionante detective que había resuelto el misterio de las cataratas de Reichenbach.

Mycroft entró sin parecer sorprendido, ya que el muchacho de la recepción le había informado de su presencia.

-Es increíble el nivel de imaginación que pueden tener a esa edad. – concluyó Holmes, luego de contarle algunos elementos utilizados en el relato del joven.

Irene sonrió y se puso de pie. Sabiendo que el tiempo era vital, se acercó a la cama y sacó una carpeta y su computador portátil.

-He estado haciendo algunas averiguaciones – comenzó, mientras esperaba que se cargase un archivo – y creo que hay algo más que el mero hecho de contar con información privilegiada.

-¿A qué se refiere?

-Mire. Las cifras invertidas por el consorcio marroquí son constantes. Si estuviésemos ante un eventual caso de que se les presentó la oportunidad, el gasto representado por este último movimiento sería notoriamente más alto, sin embargo, apenas se eleva sobre el promedio. Además – agregó, mientras abría la carpeta y extendía unos papeles a Holmes – hay participación en negocios "no especificados"

Mycroft revisó al pasar las hojas que la mujer le había entregado y la miró con seriedad.

-Es... es un análisis mucho más profundo del que levantó nuestras sospechas... esto apunta claramente... está insinuando ¿Lavado de dinero? – Adler asintió. Mycroft rió nervioso – es, es ridículo, me refiero a que... por el amor de dios, el lavado de dinero a este nivel es imposible de ocultar. Sabemos todo sobre todos.

EN LA LINEA DE FUEGOWhere stories live. Discover now