Capítulo 32.

802 119 32
                                    

John y George comenzaron a armar las tiendas, mientras que Ringo y yo buscábamos madera para encender una fogata, ya que conforme entraba la noche el frío empeoraba, y no teníamos tantas mantas. Después de armarnos con una buena provisión de ramitas regresamos con los chicos, que ya habían instalado las tiendas y ahora se peleaban por intentar encender una fogata con pasto seco.

    —¡Así no se hace, George!– gritó John, que parecía desesperado —No te haré caso ¡No sé que clase de panadero no puede prender fuego!– George se inclinó sobre el montón de pasto y talló dos piedras, pero aún así la fogata no prendió —Hazte a un lado, Georgie, así no se prende una fogata– George obedeció a Ringo y se hizo a un lado, este comenzó a acomodar las ranitas que habíamos recolectado, talló las piedras y rápidamente prendió el fuego.

   —¡Ja! Ringo pudo prender el fuego antes que tú, Lennon– se burló George, haciendo reír a todos, menos a John —Muy gracioso, enano, ve a dormir antes de que te rompa la nariz–
   
    —John, no seas grosero– lo regañe, haciendo que este rodara los ojos —Yo haré la primera guardia, ustedes duerman– se ofreció George. Rápidamente John entró a la tienda, se notaba que estaba ansioso por que yo cumpliera mi promesa —No hagan tanto ruido– se burló George.

    Entré a la tienda y cerré tras mi, intentando ignorar las risas de George y Ringo. Ni bien pude acomodarme, John se lanzó contra mi; me tiró al suelo bruscamente y comenzó a besarme tan rápido que no podía contestarle los besos. Logré zafarme de él un momento —Oye, te dije que quizá lo haría, no te lo aseguré –

   Pude ver la enorme cara de decepción de John, que me hizo tomarle un poco de ternura —¿Entonces no vamos a hacerlo?– preguntó. Sonreí un momento, antes de tomarlo de la mandíbula y volver a besarlo; pude sentir como sonreía sobre mis labios y su mano acariciando mi espalda. John se colocó sobre mi y comenzó a besar mi cuello, obligándome a morderme los labios para no gemir.

    —John...– susurré —No debemos de hacer ruido– John soltó un gruñido y se separó un poco de mi —Al carajo, que se tapen los oídos– reí un poco por su comentario, y este se volvió a abalanzar contra mi cuello. Comenzó a pasar sus manos por mi pecho, intentando liberarme de mi camisa, mientras que yo paseaba mis manos por su trasero.

   John logro deshacerse de mi camisa, me dio un fugaz beso en los labios y volvió a descender hacia mi pecho, donde comenzó a juguetear con mis pezones, que se encontraban duros por el frío, haciéndome soltar suspiros, mientras el cosquilleo en mi entrepierna aumentaba más y más, hasta el punto en el que me lastimaba la ropa interior.

    John comenzó a abrir mis piernas lentamente, haciendo que su entrepierna chocara con la mía, lo que me hizo soltar un gemido demasiado alto, que seguro que George y Ringo habían escuchado, pero en ese momento en mi mente solo existíamos John y yo. Este comenzó a balancear su cuerpo para que nuestros cuerpos rozaran, a la par que me besaba desesperadamente.

   Un ruido del exterior me hizo recordar que deberíamos de estar durmiendo, pero decidí ignorarlo olímpicamente y perderme de nuevo en el olor de John, que seguía chocando su entrepierna con la mía. John comenzó a bajar mi pantalón con desesperación, haciéndome suspirar, estaba demasiado ansioso como para poder ayudarlo.

   —Alto, ¿Quién está ahí?– escuché que preguntaba George, haciendo que me separara de John —Hay alguien afuera– susurré al castaño, que no se esforzó por ocultar su molestia por una nueva interrupción. Rápidamente volví a tomar mi camisa y me la volví a colocar. —¡Hemos venido por el príncipe Paul! Usted es uno de sus amigos, le exijo en nombre del rey que nos diga donde está– dijo un hombre, al que reconocí como el capitán de los guardias —Está conmigo, pero ahora está durmiendo– contestó George. Acomodé un poco mi cabello y salí al exterior, donde habían por lo menos dos docenas de guardias armados, apuntando hacia George.

    —¿Qué creen que hacen?– pregunté completamente molesto, de inmediato todos los guardias bajaron sus armas y se inclinaron un poco para saludarme —¡Lo hemos estado buscando por todo el reino, príncipe! – anunció el capitán —Bueno, son unos incompetentes, tomando en cuenta que nos secuestraron los jacobitas ¡Si fuera por ustedes, ya tendrían nuestras cabezas en una lanza!–

    Estaba temblando, pero no sabía si era por la rabia de que hubieran interrumpido mi momento con John o por el frío —Los llevaremos a todos al castillo, señor. Órdenes del rey– informó un soldado. No sabía si le tenía más miedo a mi padre que a los jacobitas, pero en cuanto John salió de la tienda y todos los guardias se lanzaron para apresarlo, supe que teníamos un problema nuevo.

With a little luck. [McLennon]Where stories live. Discover now