Capítulo 54.

630 95 23
                                    

Regresé corriendo en dirección al castillo, pero con cada paso que daba la vista se me nublaba más y más, a causa de las lágrimas o quizá por la pérdida de sangre, pero no me detuve. Quizá tuve un poco de suerte, ya que nadie parecía percatarse de que era yo el que caminaba entre todos. 

   Llegué hasta la puerta de la cocina, que transmitía una extraña atmósfera de paz, ya que no había absolutamente nadie dentro. No soporté más y me tiré al piso, donde los rastros de mi sangre eran completamente visibles. Miré mi reflejo en una cacerola que estaba tirada en el suelo, de verdad que me veía terrible, súmamente pálido y con toda la camisa llena de sangre. 

  No solo me veía patético, también me sentía así; había dejado ir a John, después de todo, aún a pesar de las promesas que le había echo, lo había dejado irse. Comencé a llorar fuertemente, como si me tratara de un niño indefenso, cubrí mi rostro con mis manos y comencé a dejar que el llanto fluyera, lloré tan fuerte que perdí la noción del tiempo, y no fue hasta que una sirvienta me encontró tirado en el piso, casi desangrado, que me di cuenta de que la batalla había terminado. 

    La chica le dio aviso a todo el castillo, y de inmediato todos fueron a ayudarme, entre ellos George y Ringo, que parecían igual de pálidos y cansados que yo, pero que a pesar de eso no habían dudado en ayudarme a llevarme a mi habitación. 

   Entre Ringo y otros sanadores comenzaron a curarme, un sanador, que parecía ser particularmente jóven, intentó algo que llamó "Puntos" para intentar cerrar mi herida, coció mi piel con hilo y aguja, algo que resultó particularmente doloroso, pero en cuanto terminó su trabajo me sentí mucho mejor. 

     Me obligaron a descansar dos días, y por más que quisieran negarlo, todos se estaban preguntando donde estaba John, pero sorpresivamente mi padre no me había visitado. No fue hasta el tercer día que se me ocurrió preguntar que era lo que había pasado, porque era que los jacobitas se habían retirado, y porque mi padre no me había visitado aún. 

   Por supuesto que nunca había llegado a la conclusión de que los jacobitas se habían retirado porque habían matado a mi padre. 

   -Están ocupando todo el pueblo, pensaron que tu habías huido junto con...- George hizo una pausa -Bueno, con John- susurró, sentí como el corazón se me partía al volver a escuchar el nombre del castaño, y no me sorprendía que John no hubiera regresado, prácticamente lo había traicionado, y para su gran orgullo seguro que jamás me lo perdonaría. 

   -Es obvio que después de Jim, tu eres el rey, así que todos hemos estado haciendo resistencia en el castillo, en espera de que te recuperes para volver a atacar- me incorporé lentamente en la cama, y negué con la cabeza -No, no vamos a atacar de nuevo- contesté, haciendo que a George se le abrieran los ojos como platos -Necesito hablar con el jefe jacobita, creo que es hora de ponerle fin a esta ridícula guerra- y así fue, el jefe de los jacobitas, un tipo de lo más agradable, y yo habíamos llegado al acuerdo de compartir las tierras.

   Los jacobitas y los pueblerinos se distribuirían las tierras, además de que ahora el jefe jacobita dirigiría un parlamento, que controlaría todas las decisiones que yo tomara. Me hacía muy feliz pensar que había podido ponerle fin a una guerra sin más batallas, pero lo mejor de ese periodo de tiempo fue la confirmación del embarazo de Jane. 

    Durante nueve meses, me encargué de restaurar todo el reino, así como de distribuir correctamente las tierras y muy en especial, ayudar a todos los que habían sido encarcelados por mis caprichos. Y eso de cierta forma me ayudó a no pensar tanto en John, y en que no había vuelto al pueblo ni siquiera para visitar a su tía. 

    La vida sin John, muy a pesar de los logros, se sentía gris, completamente vacía, como si la felicidad en mi vida se hubiese extinguido. Pero no podía llegar a pensar que mi vida se podría volver aún más gris. Jane había dado a luz a Mary, la niña más hermosa que alguien pudiera haber imaginado, pero con el costo de su vida. Había muerto de una infección que había tenido unos días antes del nacimiento de Mary, dejándome solo a cargo de ella, sentía que no podría hacerlo solo, o que quizá sería tan mal padre como el mío, pero al momento de sujetar a Mary, sabía que tendría que hacer lo mejor para ella aún si mi vida dependía de ello. 

With a little luck. [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora