Capítulo 22

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—¿Pude comprenderte alguna vez? — preguntó Alana con ojos atentos al hombre que se mantenía amarrado como un cerdo en el pequeño corral de madera.

—No— contestó Hannibal con total sinceridad, por supuesto nadie podía entenderlo más que Will. Ella tomó esa porción de su cabello tirando con fuerza como una mujer despechada. Él por cortesía fingió que le causaba molestia para hacerla sentir un poco mejor, después de todo debía agradecerle el dejarlo salvar a Will.

Alana cortó una de las cuerdas y le dejó la navaja frente a él, Margot y ella salieron de la habitación y el doctor se liberó, tomó un respiro identificando hacia dónde debía moverse para hallar a su amigo, se puso la ropa del guardia al que Alana le disparó un dardo tranquilizante y salió en busca de Graham. En el pasillo hacia la salida de los establos se encontró con dos matones más, cogió un martillo de la mesa de herramientas y golpeó con fuerza la cabeza de uno salpicándose de sangre y sesos, el otro intentó correr, pero Hannibal le lanzó el martillo hacia las rodillas y el tipo cayó al piso, se acercó con paso veloz y le rompió el tobillo de un golpe, el hombre chilló y comenzó a arrastrarse pecho tierra.

—¿Y Will Graham?— preguntó siguiendo al hombre que le pareció una babosa que va dejando un rastro por el piso.

—No lo sé— dijo y Lecter le golpeó con fuerza la otra pierna— dentro de la mansión lo están operando, por favor, no más.

—Gracias— respondió Hannibal y le deshizo el cráneo con el martillo. Salió entonces por las anchas puertas y se dirigió con prisa hasta la mansión, recorrió unos cuantos pasillos hasta que su olfato pudo encontrar el aroma de un quirófano provisional esterilizado. Penetró en la habitación justo cuando Cordel el asistente de Mason intentaba cortar el rostro de Will mientras éste apretaba la quijada inhibiendo todo deseo por gritar de dolor. El psiquiatra se arrojó sobre Cordel y azotó su cabeza sobre el piso para hacerlo desmayar, luego se levantó y se acomodó el abrigo, se acercó al ex agente suavemente, Will sólo lo miró y parpadeó una vez profundamente en agradecimiento para luego perder su vista delante de él, pues la droga lo tenía paralizado. Lecter acarició su cabello, llenó una jeringa con la anestesia que había en una mesita de instrumentos del lado de Mason y la inyectó en el suero que viajaba al torrente sanguíneo de Will. Mientras su querido amigo comenzaba a sentir los efectos de la anestesia, Hannibal colocó a Mason en su silla de ruedas, luego a Cordel en la camilla, lo ató a ella y lo despertó con dos fuertes bofetadas.

—Buenas noches señor Cordel— le dijo debajo del cubrevocas mientras se colocaba los guantes azules de latex— me temo que no podrá hablar o moverse mientras dura la operación, pero es conveniente que lo mantenga despierto. Le he colocado la misma toxina que le suministró a Will Graham con la finalidad de que tenga la experiencia completa— Hannibal tomó el bisturí y comenzó a rebanar el rostro de aquel hombre, asegurándose a cada paso que las terminaciones nerviosas del rostro quedaran al descubierto y el individuo sufriera la más agonizante de las muertes.

Un momento después de retirar la piel del rostro de Cordel, Alana y Margot entraron al quirófano, la rubia dejó escapar un pequeño grito al ver el rostro descarnado de Cordel, no era que le provocara lástima o algo similar, pero en ese momento se encontraba sumamente susceptible tras encontrar a su hijo muerto dentro de una cerda.

—No creí verte de nuevo tan pronto Alana— mencionó el doctor levantando las manos con el bisturí con la normalidad que lo haría cualquier cirujano en una intervención.

—Quiero un último favor y quedaremos a mano Hannibal— le dijo la psiquiatra.

—¿A cambio de qué?

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