1.

10.8K 430 25
                                    

Un filósofo llamado Ly Tin Wheedle dijo una vez que el caos se encuentra en mayor abundancia cuando se busca el orden. Y que el caos siempre gana, porque está mejor organizado.

Estaba totalmente en lo cierto.

Disorder de Joy Division suena a través de mis cascos. Camino vestida con mi ropa de fútbol y la bolsa de deporte cruzada sobre el hombro. Así es como mejor me siento. En el campo, con mi equipo. Ese es mi lugar.

Este es mi último año en el instituto y, por ende, el último en el que podré presentarme como capitana. Eso significa que no puedo permitirme distraerme ni vacilar: tengo que mantener la cabeza en el juego.

Sin embargo, mi concentración llega a su fin cuando una llamada interrumpe la música. Al ver de quién se trata, sonrío con ganas y descuelgo.

—Hola, Yaz.

—Tú, yo, Blake Hayes, Mike Watson, esta noche.

Mi sonrisa pasa a una mueca, y dejo la bolsa en mi taquilla del vestuario.

—¿Quién es Mike Watson?

—No sé—responde rápidamente, con ganas de volver a lo suyo—, ¡el caso es que tengo una cita con Blake Hayes! ¡El Blake Hayes! Y tú vienes conmigo.

—Agradezco la oferta, pero la voy a tener que rechazar—le digo, como si realmente me supiera mal.

—¿Qué? —casi puedo notar cómo frunce el ceño—Ni hablar, ¡no puedes dejarme colgada ahora!

—Yaz, no voy a salir con ese chico porque A) no lo conozco, B) tampoco me interesa hacerlo y C) la temporada está a punto de empezar, no tengo tiempo para esas tonterías. Y no es plan de quedarme ahí sentada haciendo de sujetavelas.

—Tú y tus razones—responde, como si fuese un caso perdido—. Bueno, tú te lo pierdes...

—Dile a Mike de mi parte que, con mucho pesar, no podré asistir—me burlo. Nos despedimos y cuelgo.

Me siento un momento en el banco y me limito a mirar a mis alrededores. El verano ya casi ha terminado oficialmente. Otra vez más, empieza el curso, con la diferencia de que esta vez será la última.

—¿Puedes dejar de suspirar? —dice alguien, y me sobresalto—Me estás deprimiendo.

Giro la cabeza para identificar a la dueña de la voz, aunque no es necesario: la conozco de sobras. Más de lo que me gustaría, pero es lo que tiene llevar cinco años jugando juntas. Es Reagan Cooper: mi peor y única enemiga. Bueno, en ocasiones pienso que es mi némesis.

Oh, vamos, no puede ser tan mala, pensaréis. Oh, pero sí que puede. Y si por cualquier razón alguna vez se os cruza por la cabeza la más mínima idea de que Reagan Cooper no es la persona más vil del planeta, yo estaré ahí para llevaros la contraria.

—Reagan—saludo sin expresión, aunque reconozco que me ha pillado por sorpresa. Sí, vale. Tiene algún tipo de efecto sobre mí.

—Anderson—contesta, con su típico tono condescendiente y su manía de llamarme por mi apellido, mientras se pone su camiseta del equipo de espaldas a mí. Es el veintiuno. Yo soy el número cinco.

—Reagan—repito ahora, como una queja. Con lo bien que había estado yo dos meses y medio sin verla.

—No me lo gastes, Anderson.

Le echo una mirada mientras recoge sus rizos en una coleta alta, ignorando que sigo ahí. Para ella es así de fácil.

No es muy alta; es de estatura mediana, así que le saco unos pocos centímetros. Tiene el pelo oscuro y voluminoso. Su piel es de color marrón claro, aunque con el verano ésta se ha puesto más oscura y dorada que de costumbre. Yo, en cambio, siempre me quemo, y este año no ha sido diferente.

—Bonito bronceado—comenta entonces, casi como si ni se estuviera dirigiendo a mí— . Pareces una gamba.

La fulmino con la mirada y ella se ríe, orgullosa de cómo lo ha soltado. Cuando se dirige hacia fuera, todavía la oigo soltando carcajadas. Me levanto para mirarme al espejo y me llevo las manos a las mejillas. Por desgracia, tiene razón. Cómo no.

Salgo hacia el campo, donde se encuentra el resto del equipo, y las saludo rápidamente; no nos da tiempo a más porque el entrenador empieza a desbarrar tan pronto como llegamos.

—¿Habéis tenido un buen verano? —inquiere.

—La verdad es que sí—empieza a hablar una chica rubia y bajita. Es Brenda Smith. Todas la miramos, conteniendo la risa—. Gracias por preguntar, entrenador. Fuimos al pueblo de mis abuelos, en la montaña. ¿Cómo ha estado el...?

—¡Chitón, Smith! Era una pregunta retórica—responde de forma impaciente, y nosotras nos reímos—¿Os parece gracioso? —negamos rápidamente con la cabeza. Brenda está desconcertada y tiene la boca medio abierta—Eso pensaba. No os lo toméis a mal, pero me da igual lo que hayáis hecho. Noticias frescas: el verano ha terminado.

Se oye algún que otro quejido, pero el entrenador Williams prosigue con su discurso.

—El estar tumbadas a la bartola mientras os rascáis la barriga, ha terminado, por si alguien no se ha enterado. Aquí venís a darlo todo, no a dormir. No quiero ver bostezos, protestas, ni a nadie lloriqueando sobre sus abuelos. Está en mis manos convertiros en las mejores jugadoras del distrito, y mientras esté vivo cumpliré ese cargo cueste lo que cueste. ¿Queda claro?

—Sí, entrenador Williams—decimos todas a la vez. Él asiente, bastante satisfecho.

—No está mal. ¡Quince vueltas al campo!

Todas abrimos los ojos como platos y nos miramos entre nosotras.

—¡Vamos! —insiste, persiguiéndonos mientras da palmadas y sopla por el silbato— ¡No tengo todo el día!

Echamos a correr como si no hubiese un mañana. Si hay algo bueno que me ha pasado este verano es que me he puesto en forma, así que pronto voy la primera. Me estoy sintiendo bien, y tal y como siempre pasa cuando me siento bien, llega Reagan y me da un codazo, quitándome del medio. Literalmente.

Dejo de correr y me llevo la mano al costado, sin dar crédito. ¡La muy cabrona me ha dado un codazo!

—Anderson, ¿qué narices haces ahí parada? ¡Muévete! —me grita el entrenador, y continúo corriendo, contra toda voluntad que exista en mi cuerpo.

Bueno, recapitulemos.

Hoy Yasmin ha pretendido engatusarme para que haga algo que no quiero. Brenda la ha cagado, Reagan ha intentado lesionarme y Williams me ha chillado. Asiento para mí misma.

Estoy en casa. 

Being number oneWhere stories live. Discover now