25.

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Miro a la señorita Aoki con una mezcla entre la expectación y la impaciencia. La clase ha terminado y está sentada tras su mesa, leyendo el papel que le he entregado. Es el... texto, que escribí anoche. Aprieto los labios y justo cuando empiezo a pensar que esto ha sido una pésima idea, levanta la mirada hacia mí y dice:

—No está mal. No está nada mal, de hecho.

Pienso en esa clase de palabras, "bien" y "mal". Es bastante raro que alguien evalúe tus pensamientos más privados. Aunque supongo que es lo que tiene escribir. Una vez muestras tus escritos al mundo, dejan de ser tuyos al instante.

Se quita las gafas y me mira.

—¿Qué más?

Mi cara debe de ser un poema.

—¿Cómo dice?

—Sí, ¿qué más tienes?

—Am, eso es todo, en realidad—contesto con el ceño fruncido. Ella alza las cejas.

—No lo creo. Es una trilogía, ¿recuerdas? Hablamos sobre tres grandes preguntas: qué sientes cuando no puedes sentir, qué haces cuando pierdes algo que te importa, y cómo vuelves a definirte a ti misma. De momento sólo has respondido a la primera.

—Oiga, lo que escribí ayer... Fue cosa de una vez. Ni siquiera sé qué es. No es nada. Yo no soy escritora, ni artista. Sólo sé hacer comentarios de texto. Yo... soy jugadora de fútbol.

Ella sonríe con afecto; una sonrisa que me hace sentir que yo estoy en la inopia, mientras que ella posee todas las respuestas.

—Haley, puedes ser ambas cosas.

—No—suelto, exasperada—. Al parecer, no puedo. Y sin el fútbol, no soy nadie.

—Si no eres nadie sin el fútbol, entonces no deberías jugar, directamente. Y respecto a lo de que no eres escritora... ¿Hace falta que te vuelva a enseñar tu propio texto? Creo que tienes mucho más que decir de lo que crees, pero no te lo has estado permitiendo. Es hora de que explotes. Sé incorrecta. Ven a verme de nuevo cuando hayas terminado con la trilogía, ¿de acuerdo? Considéralo... un trabajo extra.

—¿Me subirá la nota? —pregunto esperanzada.

—Ah... no.

—Bueno, tenía que intentarlo.

Ella ríe para sí misma mientras salgo de la clase.


Es sábado por la mañana. Yasmin y yo llegamos a su casa después de pasar por el centro comercial, ya que quería comprarse algunos productos de maquillaje. Aunque yo no necesitaba nada, la he acompañado básicamente por tres razones: A) iría con ella a cualquier sitio, B) no tengo, literalmente, nada mejor que hacer y C) desde que ya no estoy en el equipo, está empeñadísima en hacerme ir de compras y demás cosas con ella. Sé que lo hace para que no piense tanto en ello, para hacerme sentir mejor. Y realmente se lo agradezco. Aunque no funcione.

Yasmin mete sus llaves en la cerradura y entramos. Le echo una mirada rápida, preparándome para lo que se viene. Y es que yo no acostumbro a pisar la residencia Ali, más que nada porque Yaz insiste en que no venga, pero...

Es oficialmente esa época del año. Y no, no me refiero a la Navidad.

—¡Yasmin Shehna Ali! —oímos un grito que me despega los pies del suelo—¡Ven aquí ahora mismo!

—¡Ya voy, mamá! —chilla ella, de la misma forma.

Ambas llegamos al comedor y nos encontramos con su madre, Fatima, la cual sostiene dos vestidos y mira a su hija, expectante.

Being number oneWhere stories live. Discover now