36.

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Son las siete de la tarde. Hace sólo un par de horas, jugamos el último partido de la temporada. Y digamos que tras el dolor que le causó a nuestros egos quedar cuartas en los nacionales, teníamos que ganar sí o sí. Y así ha sido. Miro las fotos post-partido que han pasado las chicas por el grupo, sonriendo.

—¡Haleeeeeey! ¡Ven!

Pego un salto cuando oigo el grito de Brooke desde la cocina.

—¡Vooooooy!

Dejo mi libro sobre el sofá con un gran suspiro, y me levanto.

—¿Qué pasa? —cuestiono, casi alarmada.

—Mira lo que han hecho mamá y papá.

Estos llevan delantales, y se dan la vuelta mostrándome una bandeja llena de magdalenas, todas con una banderita lesbiana sobre ellas. Los miro, apretando los labios, intentando que no se me escape la risa.

Lesbian rights! —exclama mi padre, alzando un puño.

—Son para tu evento de esta noche—aclara mi madre, emocionada. Suelto una risa.

—Mamá, no es mi evento, es de todo el club de fútbol.

Brooke se ríe. Mis padres, en cambio, parecen estar al borde del pánico.

—¿Qué te parecen? —pregunta papá. Se le borra la sonrisa—Es demasiado, ¿verdad?

Niego efusivamente con la cabeza, y se me ensancha la sonrisa.

—¡No, no! No es demasiado para nada. Muchas gracias, en serio.

Les doy un abrazo a ambos, y Brooke y yo nos sentamos en la mesa de la cocina, probando una magdalena cada una. Ambas emitimos un sonido de satisfacción y yo los miro a ambos, alzando el pulgar y asintiendo. Mi madre se sienta con nosotras.

—¿Estás nerviosa? —quiere saber, mostrando con su tono que la que está nerviosa es ella.

Me rio un poco.

—No voy a ser la MVP, mamá. Llegaron a echarme del equipo, ¿recuerdas?

—Tiene razón—coincide conmigo Brooke, y yo la miro con el ceño fruncido—. Espero que la MVP sea Reagan.

—Vale, yo puedo decirlo, tú no—aclaro ofendida, a lo que ellos ríen. Pienso en Reagan durante unos segundos, y me abrazo las piernas con una sonrisa—. Sea como sea, todo lo que me importa es lo feliz que va a estar Williams cuando le den su premio de reconocimiento.

—Vaya, ese Williams se ha vuelto muy importante para vosotras—comenta papá, fascinado—. Todavía recuerdo cuando empezó a ser tu entrenador—rompe en carcajadas—. No lo soportabas, siempre te machaba por ser la principiante. Te quejabas de él cada vez que llegabas a casa.

Me río yo también, recordándolo.

—Sí, gritar cada dos por tres no suele ser muy bien recibido cuando tratas con adolescentes inestables—apunto yo—, pero hizo que funcionara. Además, siempre ha cuidado de nosotras. Y gracias a él ahora soy de las que mejor chuta en el equipo.

—Después de Reagan—añade Brooke.

—Esa broma está perdiendo su gracia—le contesto. Me sonríe, acariciándome la cabeza como si fuese una mascota. Niego con la cabeza.

Estamos en silencio durante lo que me parece una infinidad, aunque probablemente no sea más de un minuto. Puede que sea el primer momento de silencio que he tenido en semanas, y es sólo entonces que me acuerdo de la última conversación que tuve con la señorita Aoki, cuando le entregué todos mis textos.

Being number oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora