27.

3.6K 257 2
                                    

Alguien dijo una vez que los escritores escriben o bien cuando se están enamorando, o bien cuando su mundo se está derrumbando. Supongo que tiene sentido.

Estos últimos días, me he estado sintiendo completamente fuera de lugar. A veces, sobre todo cuando ya es tarde y de noche, empiezo a sentirme como si mi cuerpo y todo lo que me rodea me fuesen extraños. Como si no estuviera viviendo mi propia vida, y en su lugar la estuviese viendo desde fuera, como una película.

Digamos que últimamente, es como si todo se escapara de mi control. Y ahora que tengo más tiempo libre del que me gustaría, también tengo mucho más tiempo para pensar. Y he estado pensando demasiado.

En cosas como que cada vez se acerca más el final de curso, y yo sigo sin tener ni idea de qué quiero estudiar, ni de qué quiero hacer con mi vida. Siento que estoy perdida, que no sé quién soy, ni cuál es mi porvenir. O sea, que no estoy estresada para nada.

Entro a la clase de Psicología, la última del día, junto con Yaz. Nos colocamos en nuestros sitios de siempre, así que la tengo a mi derecha. Poco tiempo después, Reagan aparece por la puerta. Nuestros ojos se encuentran y sostenemos la mirada durante varios segundos, pero no hacemos ni decimos nada. Se sienta frente a mí, como siempre, y deja su mochila sobre la mesa. Yo me apoyo en el respaldo de mi silla. Noto que Yasmin me observa, pero hago como que no me doy cuenta.

—Buenas tardes, chicos—nos saluda la señorita Moreau, unos segundos después de llegar.

—Buenas tardes—saludamos todos, casi al unísono.

—La clase de hoy va a ser un poco diferente—nos comenta, caminando a la vez que habla.

—¿Nos dará las respuestas del próximo examen? —pregunta Reagan con algo de ironía. Varios ríen, incluyendo la profesora.

—No, Reagan—responde—. Aunque es curioso que lo digas, considerando lo bien que te fue en el último examen. Tienes un excelente—esto último se lo susurra, pero yo llego a escucharlo.

Reagan se queda callada y yo sonrío de oreja a oreja. Recuerdo cuando la ayudé a estudiar. Sentir que contribuí a que pudiese dar lo mejor de sí misma, es algo que me llena por dentro. Pienso en ello distraídamente, hasta que la señorita Moreau vuelve a hablar.

—Para la clase de hoy, he traído un pequeño cuento—Yasmin y yo nos miramos con una ceja alzada. Reparte unos cuantos folios al primero de cada fila, y luego las vamos pasando hacia atrás—. Se titula "el perro atado", y quiero que lo leamos y luego lo comentemos entre todos. ¿Por qué no empiezas tú, Reagan?

Ésta levanta la mirada y más tarde la vuelve a bajar hacia el papel. Carraspea, y la miro mientras se dispone a leer:

—«En un lujoso palacio vivía un brahmán gobernador de una región y dueño de un maravilloso perro. El animal era corpulento, feroz y orgulloso. No le costaba mucho enfrentarse a otros perros, y por eso siempre lo paseaban atado con una correa. Perro y dueño tenían caracteres arrogantes; estaban prácticamente hechos el uno para el otro. Cada vez que el perro se encontraba con otro por la calle, comenzaba a estirar la correa con todas sus fuerzas. Su dueño, sin dejar de sujetarlo con determinación, intentaba calmarlo hablándole dulcemente: "No hagas eso, deja al perro tranquilo", le decía. También se agachaba y lo acariciaba, mientras que el bravo animal mostraba todo su repertorio de amenazas. Parecía de verdad un perro violento e implacable. Todos lo temían, por su tamaño y su furor. Un día, el brahmán encargó a un nuevo sirviente que paseara el perro, sin advertirle sobre el carácter del animal, tal vez pensando que todo el mundo sabía que su perro era algo especial. El sirviente, sin embargo, ignoraba su excentricidad. Como era de esperar, al ver a otro perro, el animal del brahmán manifestó su violento temperamento y, de repente, estiró enérgicamente la correa. El hombre no supo reaccionar y soltó la correa».

Being number oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora