24.

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Empujo las puertas del instituto para dirigirme al exterior, con mi bolsa de deporte colgada del hombro. Siento algunas lágrimas deslizarse por mis mejillas.

Reagan sale corriendo detrás de mí, llamándome. El cielo se ha puesto gris. Me va hablando mientras me sigue, aunque yo no deje de andar.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Lo mejor para el equipo—contesto.

Suena exasperada.

—¡Ni siquiera empezaste la pelea!

—Ni tú tampoco.

—Pero yo la seguí—insiste.

Entonces me doy la vuelta, cortándonos el paso a las dos.

—Y yo fui quien decidió gastar la broma, lo cual condujo a la pelea, ¿vale? No juguemos a este juego, Coop. Ya has oído a Williams. He sido una irresponsable y una inmadura. Yo no soy así. He dejado que mi vida personal se interponga en el juego, y mira cómo ha terminado. Voy por ahí fingiendo que sé lo que hago, que tengo todo bajo control, pero es mentira. Soy un fraude. No soy buena capitana.

—¿Tú te estás escuchando? Haley...

—Reagan—persisto, alterada—. El fútbol es de las pocas cosas que te unen a tu padre, y te hace feliz. Prefiero quedarme fuera a que tú te quedes sin eso.

—No, no puedes hacer eso. No puedes decidir por mí.

—Dime que no quieres estar en este equipo más que cualquier otra cosa en el mundo y volveré a ese despacho y lo desmentiré todo—le digo. Reagan parpadea varias veces, sin decir nada. Yo esbozo una sonrisa y asiento—. Eso pensaba. Sólo estoy haciendo lo que haría una buena compañera.

—Esto no es lo que haría una buena compañera. Es lo que haría una idiota.

Me encojo de hombros.

—Tal vez ambas no se excluyan. Nos vemos en clase, Reagan.

Y tal que así, me doy la vuelta y me marcho, aunque cada hueso de mi cuerpo me está rogando que no lo haga.


Irse de un equipo es raro. No es el hecho de dejar de entrenar. Ni siquiera es por no jugar más partidos. Es el dejar de sentir que formas parte de algo.

Intento fingir que estoy bien, pero la verdad es que es inútil. Ha pasado un día, tampoco es que esperase no estar afectada. Mis padres han estado muy encima de mí desde que les conté que me echaron del equipo. Incluso Brooke se porta mejor conmigo. Creo que en el fondo lo entiende, porque a ella le dolería tanto como a mí si le pasara algo así.

Y ahora estoy en la biblioteca del instituto, pensando en que tal vez pueda convertirme en un auténtico gusano de libro y así escapar temporalmente de esta realidad. No soporto estar en casa, lo hace todo más real. Así que me encuentro leyendo otro de los libros que me recomendó la profesora Aoki: La Metamorfosis, de Kafka.

Me está deprimiendo que no veas, porque Greg no se merece para nada toda esa basura. ¿Cómo podemos los seres humanos llegar a sentir culpa aunque realmente no hayamos hecho nada malo?

Soplo con fuerza y cierro el libro. Me levanto para echar un vistazo a las estanterías, pasando los dedos por los lomos. Me detengo cuando encuentro un libro que me llama la atención. He oído hablar de este ensayo, la señorita Aoki lo ha mencionado alguna vez. Una habitación propia, de Virginia Woolf.

—Cógelo—oigo la voz de una señora mayor, y pego un brinco. Me llevo una mano al pecho y me giro hacia la bibliotecaria, quien me está mirando desde su mesa—. Hazlo o continuaremos viviendo entre gente que cree que el feminismo es lo contrario al machismo—me dice, negando con aburrimiento—. Es increíble que cosas como estas no se enseñen en el instituto.

Suelto una risa corta y asiento.

—Nos enseñan lo que les conviene—cojo el libro y sonrío de lado—. Gracias.

Salgo de la biblioteca guardándomelo en la mochila y me encamino hacia la salida del McKinley. Veo a las chicas a lo lejos, entrenando en el campo. Williams está más severo que de costumbre y no está teniendo piedad alguna. Reagan se da la vuelta por un momento y me ve. Acabo de caer en ello, pero ahora es la capitana. La número uno. Aquellos días en los que peleábamos por serlo parecen haber quedado muy lejos.

Me da una sonrisa agridulce y levanta la mano para saludarme. Hago lo mismo.

Sigo andando por el aparcamiento sin dejar de mirarlas, y termino chocándome con la señorita Aoki. Me doy cuenta de que hablo tanto sobre ella, que podría fundar un club de fans perfectamente. Se echa su largo pelo castaño hacia atrás, que le llega hasta el final de la espalda. Levanta las cejas y me sonríe.

—¡Haley, hola! —me saluda. Frunce el ceño en cuanto ve mi expresión—¿Estás bien?

—¿Quiere una respuesta sincera?

—Siempre.

—En ese caso, no, para nada. Ahora mismo no estoy en el pleno apogeo de mi vida, si le digo la verdad. He perdido una de las cosas que más me importan y... no sé qué siento, ni quién soy.

Me esfuerzo por hacerme entender pero siento que sólo digo cosas sin sentido, lo cual es aún más frustrante. Se recoloca las gafas.

—¿Has pensado en hablarlo con alguien?

—Creía que eso es lo que estaba haciendo—respondo confundida. Ella me mira con compasión—. Yo... no me veo capaz.

La señorita Aoki se queda pensativa durante unos segundos, y al final vuelve a mirarme.

—¿Y si no tuvieras que hablar? ¿Y si pudieras escribirlo?

—Qué—rio, poco convencida—, ¿cómo un diario o algo así?

—Algo así. ¿Qué sientes cuando no puedes sentir? ¿Qué haces cuando pierdes algo que te importa? ¿Cómo vuelves a definirte a ti misma?

—Esas son muchas preguntas—suelto, y ella se ríe. Cierra el maletero de su coche.

—No hace falta que las respondas todas de golpe. Puedes ir una por una. Creemos que reprimir nuestros sentimientos, especialmente los que más duelen, hará que se vayan. Pero no es así. La única manera de sanarnos... es expresarnos.


Ya es de noche y me encuentro en mi cama, escuchando a Coldplay y haciéndome preguntas existenciales. He estado pensando mucho en lo que me dijo la señorita Aoki. No creo que pueda hablar con alguien ahora mismo. No es porque crea que no tengo a nadie. Es sólo que hablarlo significaría aceptarlo, aceptar que las cosas van a ser así a partir de ahora.

¿Y si no tuvieras que hablar? ¿Y si pudieras escribirlo?

Me muerdo las uñas y, al cabo de unos segundos, me levanto para rebuscar entre los cajones de mi escritorio. Encuentro una libreta vieja. Me siento y cojo un boli. Cierro los ojos, respiro y pienso. ¿Qué siento?

«Estoy intentando identificar estos sentimientos que tengo. Creía que no sabía lo que sentía, o que no sentía nada. Pero estaba equivocada. Siento rabia, y frustración. Impotencia. No son sentimientos que me resulten extraños. Los siento cada vez que la ansiedad me coge por banda. Los siento cuando me fallo a mí misma, y a los que me rodean. Los siento al ver las injusticias que hay en el mundo. Como, ¿por qué hay idiotas gobernando naciones? ¿Por qué algunos son ricos mientras otros son pobres? ¿Por qué si todos los seres humanos nacemos en igualdad de derechos y dignidad, hay personas más válidas que otras?

A veces visualizo el futuro y no me apetece ser positiva al respecto, porque parece que las cosas nunca cambiarán. A veces, me pregunto qué sentido tiene.

No lo sé. Es difícil ser optimista y pensar que todo ocurre por una razón cuando las cosas que ocurren son malas.

No hablo sólo de cosas materiales. Hablo de cuando la gente es cruel contigo sin motivo. De cuando pierdes algo, o a alguien, que te importa. De cuando te pierdes a ti mismo.

Empiezo a darme cuenta, de que no sé muchas cosas. Y eso me deja en una posición vulnerable. No me gusta sentirme frustrada. No me gusta la impotencia, ni la debilidad. No me gusta sentir que soy irrelevante; un grito perdido en medio del caos. Pero creo que tengo que sentirlo.» 

Being number oneWhere stories live. Discover now