5.

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—Bueno, hasta nunca.

Perdiendo toda mi dignidad, corro por el pasillo, persiguiendo a Reagan.

—¿Adónde crees que vas? —cuestiono.

—¿A mi casa?

—No sin mí.

Me mira como si me hubiese vuelto loca. Me doy cuenta de cómo ha sonado y me apresuro a explicarme.

—Quiero decir, ¿es que no has escuchado nada de lo que Williams acaba de decir?

—Williams puede besarme el...—le cubro la boca cuando este pasa por nuestro lado. Nos mira y le sonrío; Reagan alza un pulgar. Él sacude la cabeza y se marcha, bebiendo de su café.

Reagan me aparta la mano.

—No te lo crees ni tú. Mira: me odias, te odio, eso no va a cambiar—le aseguro—. Pero ahora mismo no se trata de ti ni de mí sino de hacer el trabajo y hacerlo bien. Así que te vas a aguantar hasta que acabemos.

Por un momento creo que se ha quedado sin palabras (¿he dejado a Reagan Cooper sin palabras?), pero en un abrir y cerrar de ojos me suelta:

—Lo que tú digas. ¿En tu casa o en la mía?

¿Qué es peor, ir a casa de Reagan, un terreno desconocido y probablemente terrorífico, o que ella venga a la mía y se burle de mis pertenencias? Se va a burlar de ti igualmente. Tengo toda la razón.

—En la mía—decido firmemente.

—Vale, acabemos con esto.

Me sigue contra su voluntad y yo sonrío cuando no puede verme. Nuestra relación se basa en quién tiene el poder. Quién sostiene la sartén por el mango. Y ahora mismo, esa soy yo. Sólo tengo que asegurarme de que siga así y las cosas volverán a la... normalidad. Estoy segura de ello.

Después de unos minutos incómodos durante los que comienzo a arrepentirme de mi decisión, llegamos a mi casa. Me giro hacia ella y me aclaro la garganta.

—A esta hora todavía no ha llegado nadie, así que podemos trabajar sin que nos molesten.

Asiente lentamente y yo abro la puerta.

—¡Entra por la banda, está sola, está sola!—mi hermana está gritando, y yo me rasco la nuca al ver cómo Reagan me mira con sarcasmo. Va corriendo tras su balón— ¡El portero duda, ella esquiva al contrario! ¿A la izquierda o a la derecha? ¡Es el movimiento decisivo!—le da una patada al balón y me da en toda la barriga. Me retuerzo— ¡Goooool, gooool, gooool!

Empieza a saltar y dar patadas en el aire, como si fuera la afición.

—Me cae bien—comenta Reagan, sin expresión.

—¡Brooke!—le grito yo a mi hermana—¿Qué estás haciendo?

—Jugar—me responde, como si me hubiese perdido toda su escenita. Le devuelvo el balón y la miro con los ojos entrecerrados. Se gira hacia mi co-capitana—. ¡Ahí va, si eres Reagan Cooper! ¿La peor pesadilla de mi hermana, no? —Reagan asiente, casi halagada—Haley habla mucho sobre ti.

Tuerzo el gesto.

—No es verdad—intervengo—, y tú no deberías estar aquí, ¿por qué estás aquí?

—Nos han cancelado el entrenamiento.

—Bueno, pues, tenemos que hacer un trabajo y necesitamos concentrarnos, así que no molestes.

Me hace un saludo a lo sargento y desaparece hacia el patio.

Cuando llegamos a mi cuarto, me sorprendo al oír la voz de Reagan, casi como si hubiera olvidado que estaba ahí.

Being number oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora