31.

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Yasmin me ayuda a meter mis bolsas en la parte baja del autobús, junto a las de Dom, Sarah y Brenda. Van llegando otras chicas del equipo. Son casi las cuatro de la tarde y nos encontramos en la salida del instituto, a punto de emprender nuestro camino hacia el Campeonato Nacional de Futbol Femenino, o CNFF, como me gusta llamarlo a mí. Lo estoy popularizando.

—No sé qué voy a hacer sin ti todo este tiempo—le confieso a Yaz.

—No seas ridícula, sólo te vas una semana.

—No creo que entiendas la gravedad de las circunstancias—insisto, con pánico—. Te he dicho que vinieras porque tenía que quitarme algo de encima antes de irme, algo que no podía decirte por teléfono—ella frunce un poco el ceño y abre más los ojos, como preocupada. Miro discretamente hacia los lados por si alguien nos oye—. Sé que es difícil de creer, pero... Me gusta Reagan.

Al ver cómo su cara apenas se mueve, vuelvo a hablar.

—Vaya, esperaba ver algo más de expresión en tu cara.

—Haley, amor—me dice con una condescendencia que roza la lástima—, ya lo sabía.

Tuerzo el gesto.

—¿Qué?

—Creo que lo sabía antes de que tú misma lo supieras—añade divertida, disfrutando de la situación. Yo me pongo colorada.

—¡¿Y por qué no me dijiste nada!?

—Porque verte darte cuenta no tiene precio—reconoce. Le doy un golpe en el brazo y aunque ella se parte de risa, la verdad es que me siento aliviada—. En fin, tranquila. Apostaría mis dos tetas a que ella está igual de coladita por ti, o peor.

—Por favor, no digas "coladita". Y no hables de tus tetas en vano, podrías arrepentirte.

Ella pone los ojos en blanco.

—Sólo te diré esto: no hay más ciego que el que no quiere ver—su mirada se desvía a medida que termina la frase, y una sonrisa traviesa se plasma en su cara. Me inclino para ver qué es lo que mira—. Anda, ¿no es esa tu amiga? ¡Reagan! ¡Hola!

Mi amiga levanta el brazo, saludando a Reagan exageradamente. Yo abro los ojos como platos y entro corriendo al autobús. Me siento hacia la mitad, en el lado de la ventana, de forma que Yasmin me ve cuando vocalizo un "te odio".

Reagan llega hasta donde ella y se ponen a hablar. Lleva los rizos sueltos y se coloca unos mechones más cortos por detrás de las orejas, para luego meter su maleta dentro del vehículo. Dejo de mirarlas: no quiero ni saberlo. Me pongo los auriculares y le doy al aleatorio, rezando a un dios en el que no creo para que la tierra me trague lo antes posible. Aprended de mí, nunca le contéis nada a Yasmin Ali.

Un par de minutos después, el entrenador y su sobrino cuentan que estemos todas mientras las chicas van subiendo al autobús. Cuando Reagan y yo hacemos contacto visual, me encojo y finjo mirar mi móvil, haciendo que no la he visto. Porque esa es la única forma de disimular que conozco.

Pero no me sirve de mucho porque se deja caer a mi lado igualmente. Mis ojos casi se salen de sus órbitas. Así, sin más, sin decir un "hola" o...

—Mola el piercing. ¿Qué te cuentas, Capi? —me saluda, con una sonrisa perezosa que me acelera el corazón. Definitivamente puede dejar de decir hola y saludarme así a partir de ahora.

—Nada—digo rápidamente—. Es decir... Ya sabes. Lo de siempre.

Si antes no creía en Dios, ahora ya me ha quedado más que claro que no hay nadie ahí arriba. Reagan frunce el ceño y se ríe.

Being number oneWhere stories live. Discover now