9.

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En clase, Williams aparece de la nada—que es como suele aparecer—para repartirnos los trabajos sobre nuestros mayores logros.

Le entrega el nuestro a Reagan, quien se gira rápidamente para enseñármelo. Yo abro los ojos, a la vez que exclamo:

—¡Un excelente!

Reímos, sin dar crédito. No sé si es la emoción o qué será, pero ambas levantamos la mano para chocar los cinco. Luego nos miramos y las bajamos, sin llegar a hacerlo. Reagan carraspea, y comenta:

—Supongo que no hacemos tan mal equipo después de todo.

Asiento, y sonrío un poco.

—No, supongo que no.

Cuando suena el timbre y terminan las clases del día, guardo el trabajo y me dispongo a irme. Sin embargo, intentarlo significa chocarme con Yasmin. Divertida, le pregunto:

—¿Puedo ayudarte?

Pero a ella no parece hacerle tanta gracia, y se cruza de brazos.

—Así que ahora Reagan y tú sois amigas, ¿o...?

—¿Qué? No, claro que no.

Ella me da una mirada reticente.

—Pues no es lo que parece.

—¿Qué? Yasmin, estás exagerando.

—¿En serio? Haley, Reagan lleva años haciéndote la vida imposible. Literalmente la llamas tu némesis. Perdóname si estoy un poco confundida.

Me cuesta un poco contestar, no porque no sepa que decir, sino porque no me esperaba esta confrontación. Y odio las confrontaciones.

Sacudo la cabeza.

—Ni siquiera sé por qué me estás diciendo esto, ¿vale? Reagan y yo no somos amigas. Somos las co-capitanas y tenemos que llevarnos bien, eso es todo. Es lo que el equipo necesita.

Alza los brazos y los deja caer.

—Mira, yo sólo te digo que pienses un poco, Hales. No hay que borrar la historia, porque si se borra, se olvida. Y si se olvida, se repite.

Me quedo pensando en lo que ha dicho.

—Tú verás—concluye.

Niega con la cabeza y desaparece por la salida. Una parte de mí cree que está siendo una melodramática. La otra... no puede evitar pensar que tal vez tenga algo de razón.

Cuando llego al vestuario antes del entrenamiento, entro por la puerta en el momento exacto en que Reagan se está sacando la camiseta.

Soy hetero, soy hetero, soy hetero.

No lo soy, no lo soy, no lo soy.

No estoy prestando atención a lo que debería y me tropiezo, dándome con el borde de un banco en toda la pierna. Suelto un quejido por el dolor y me siento en el banco como puedo. Las chicas vienen corriendo hacia mí.

—Haley, ¿estás bien? —pregunta Dom. Tiene que sujetar a Sarah para que no se desmaye al ver la sangre que me baja por el tobillo.

—¿Debería llamar a una ambulancia? —dice ahora Brenda. Reagan, Dom y yo la miramos con desconcierto.

—No es nada—digo yo, y es la verdad. Me he hecho cosas mucho peores jugando.

Al cabo de unos cinco segundos levanto la mirada, y me doy cuenta de que todas se han ido. Tuerzo el gesto. Vale, la próxima vez diré que necesito una ambulancia.

Tras haberme levantado para limpiarme un poco la herida, me vuelvo a sentar. Ni un minuto después, veo que Reagan llega de nuevo con una bolsa de hielo, un desinfectante de heridas y un vendaje. No puedo evitar mirarla con los ojos desorbitados. Se sienta frente a mí.

—Las chicas han avisado al entrenador de que tardarás un poco, y he ido a buscarte esto.

Sin comerlo ni beberlo, suelto:

—¿Por qué has ido tú?

—Porque estoy enamorada de ti en secreto—responde, y se burla al instante—. Williams me ha dicho que lo hiciera.

Noto que me arden las mejillas y el calor me sube hasta las orejas.

—Claro, vale.

Ojalá no tuviera una de esas caras tan propensas al enrojecimiento. Reagan aguanta una sonrisa y abre la botella de desinfectante.

—Esto te va a doler.

Me lo echa en la herida y yo me estremezco, cogiéndole de la muñeca como auto reflejo. Aparto la mano rápidamente, aunque no me haya dicho nada. ¡Qué es lo que te pasa, Haley!

—No seas llorica, Anderson.

La fulmino con la mirada.

—Gracias, Reagan, tú sí que sabes cómo hacerme sentir mejor.

Rueda los ojos y empieza a vendarme bajo la rodilla. Echándome un vistazo de vez en cuando, cuestiona:

—¿Por qué nunca me llamas por mi apellido? Le quitas la diversión a todo.

Porque, llamarse por el apellido es raro. Y siniestro.

Vuelve a girar los ojos.

—Para ti todo es siniestro.

—Tú eres siniestra—me defiendo, medio en broma medio en serio.

—Demándame.

Sonrío sin darme cuenta, y me pasa la bolsa de hielo. Su mirada empieza a divagar, y parece estar muy concentrada, aunque quizá no esté pensando en nada. Luego vuelve a clavarla en la bolsa. Me fijo en sus gestos, cómo aprieta los labios; en su moño y los mechones que caen a los lados de su cara.

Se da cuenta de que la estoy mirando y me frunce el ceño, pero si apartase la mirada ahora sería muy obvio, así que no lo hago. Nos seguimos mirando unos cuantos segundos más, y no sé qué está ocurriendo. Yasmin me dijo una vez que cuando dos personas se quedan mirando más de cinco segundos, es porque se van a besar. Yasmin.

—¿Reagan?

—¿Qué?

Su voz suena como si dejase de respirar. O como si volviese a hacerlo.

—Lo del partido, y el trabajo y todo eso... No cambia nada entre nosotras. Quiero decir, no somos amigas.

Levanta las cejas, y suelta una risa que es básicamente aire. Poco después se pone en pie. Me doy cuenta de lo que he dicho y me arrepiento al instante, así que abro la boca para intentar disculparme.

—Reagan...

—Créeme, no podría interesarme menos ser tu amiga. ¿Sabes lo que me da rabia? Siempre hablas de mí como si fuese cruel por querer ser la número uno, pero tú quieres exactamente lo mismo. Al menos yo puedo admitirlo.

Se marcha hacia el campo y yo resoplo, apoyando la cabeza en la taquilla. Haga lo que haga y diga lo que diga, siempre me sale algo mal.

Hay que joderse. 

Being number oneWhere stories live. Discover now