10.

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Camino por los pasillos del instituto con los cascos puestos. ¿Alguna vez os habéis despertado por la mañana y, casi al momento, habéis sabido que iba a ser un día horrible? Hoy es uno de esos días. Me siento como una bomba de relojería, y cuando estalle, no será bonito. Intento centrarme en mi música, pero el día tiene otros planes.

Veo a Reagan cuando gira por la esquina. Lleva una camisa a cuadros con una camiseta de Bikini Kill debajo y unos tejanos anchos. Está andando en mi dirección, pero evita mirarme. Cuando pasa por mi lado, choca su hombro contra el mío, como si fuera un fantasma. Genial. Hemos vuelto al principio.

Me recoloco bien la mochila en el hombro, y me doy cuenta de que Yasmin se ha puesto a andar junto a mí. Tiene el ceño levemente fruncido y una pequeña sonrisa en la cara. Dejo los cascos sobre mi cuello.

—¿Qué le has dicho a Reagan para que te odie tanto otra vez?

Le doy una mirada de pocos amigos. Creo que la he perfeccionado gracias a casi todas las personas del equipo de fútbol. Williams en especial y por encima de todo.

—¿Te parece gracioso?

Suelta una risa, y pone sus manos frente a ella. En realidad, debe ser gracioso verlo desde fuera. Es como si hubiésemos intercambiado los papeles respecto al otro día.

—Perdona, tía. ¿Qué ha pasado?

Abro mi taquilla, dejando mi copia de Edipo rey para la clase de Literatura Universal y mi diccionario de Latín.

—¿Sabes lo qué ha pasado? Que estoy harta, Yaz.

He alzado bastante la voz sin darme cuenta, así que varias personas se nos quedan mirando. Yasmin frunce el ceño.

—Haley.

Cierro la taquilla. Y esta vez hablo bajo, para que sólo ella me escuche.

—No, en serio. Tienes que dejar de controlar mi vida.

Me vuelve a llamar pero yo ya estoy andando hacia la próxima clase. Me siento en mi sitio justo cuando Williams entra por la puerta, sentándose sobre su mesa. Entierro mi barbilla en mis brazos. Reagan está sentada frente a mí, y cuando Yasmin llega también se sienta donde siempre, a mi derecha. Literalmente es una convención de gente que no me soporta.

Sería más fácil pensar que Yaz tiene la culpa de todo, pero sé que no es así. En el fondo, con quién estoy realmente enfadada es conmigo misma. Sí, puede que ella me dijese lo que debía hacer, pero... Al final, la decisión era mía.

Me siento absurda cada vez que pienso en que me da demasiado miedo ser mi propia persona, tomar mis propias decisiones.

—Por si vivís en una cueva—nos dice Williams—, cada cuatro años, hacemos algo especial en el último curso aquí en McKinley. Se trata de una cápsula del tiempo, que será abierta veinte años después, desvelando lo que dijisteis en el pasado.

—¿Qué dijo usted, entrenador Williams? —pregunta un chico.

Williams frunce el ceño.

—Nada de tu incumbencia—le contesta.

Me doy cuenta de que este sería uno de los típicos momentos en que Yaz y yo nos miraríamos, pero no lo hacemos. No puedo evitar sentirme mal al respecto.

El entrenador se pasea por los pasillos entre las mesas. Al aire, suelta la pregunta:

—¿Dónde os veis dentro de veinte años? Pensadlo, escribidlo, y luego contádselo a la la cámara.

Soy la primera de la lista, así que también soy la primera en entrar a la sala de audiovisuales. Entramos por nuestra cuenta, hablamos sobre un futuro incierto y luego es el turno del siguiente.

Cierro la puerta y me aliso la sudadera. Me siento en la silla frente a la cámara. Tras soltar una gran bocanada de aire, pulso el botón de grabar y leo el papel que hay en mis manos.

—Dentro de veinte años, me imagino...

Al principio, me siento incómoda hablándole a una cámara. Sin embargo, luego pienso que realmente no le estoy hablando a una cámara, sino a muchas personas. Estos vídeos serán sacados de entre las sombras algún día, e importarán. Como mínimo, voy a ser honesta.

Me meto el papel en el bolsillo.

—No sé cómo van a ser las cosas en veinte años—admito—. Es imposible saberlo, y tampoco quiero. El otro día, alguien que me importa me dijo que no hay que borrar la historia, porque entonces la olvidamos y se repite. Bueno, esta es mi historia. Me llamo Haley. Haley Anderson. Y soy jugadora de fútbol. Y lesbiana. Y estoy harta de vivir condicionada por lo que los demás esperan de mí. Lo que esperan que haga, lo que esperan que diga... La gente que debería gustarme, y la que no. No sé cómo serán las cosas en veinte años, pero espero haber aprendido a tratarme mejor a mí misma. Sólo quiero pasar el resto de mis días con la gente que me entiende, haciendo lo que me gusta. Sea lo que sea eso.

—Tengo buenas y malas noticias. ¿Cuáles queréis oír primero?

Fruncimos el ceño al oír las palabras del entrenador. Instintivamente, mis ojos buscan a Reagan. Es decir, somos las capitanas, después de todo. Ella me devuelve la mirada, pero no tarda en apartarla de nuevo.

—¿Qué problema hay? —pregunta entonces. Claramente no tiene ganas de perder el tiempo.

Williams suspira, recolocándose la gorra.

—Veamos—empieza—: la buena noticia es que nuestras inscripciones para los Nacionales han sido aceptadas con éxito. La mala es, que no tenemos suficiente dinero para organizar el Día de la Unidad.

Las chicas se quedan calladas, algunas rascándose la nuca y otras dejando su mirada divagar. El entrenador alza las cejas.

—Vaya, pensaba que estaríais más afectadas—reconoce.

Observo a las chicas y me coloco donde todas puedan verme. Alzo los brazos y después los dejo caer, captando su atención.

—Chicas, es el Día de la Unidad. Sólo ocurre una vez al año, ¿por qué no estamos más preocupadas?

Dom ladea la cabeza, y me habla con sinceridad.

—No es que no me importe, y es una buena iniciativa. Es sólo que es siempre lo mismo, año tras año. Y ya... cansa.

Varias chicas le dan la razón. Me quedo algo perpleja. No tenía ni idea de qué se sentían así.

—Bueno, sí, puede que conozcamos este día como la palma de nuestra mano. O incluso mejor. Pero esta vez va a haber una diferencia: será la última—les digo. Reagan parece dignarse a mirarme. Parezco captar la atención de las chicas, así que insisto—. Es la última vez que vamos a celebrar este día juntas, como un equipo, aquí, en nuestra casa. Sé que es un partido amistoso y no la Sub-17—mi comentario las hace reír—, pero eso no significa que no sea importante.

Me sorprendo cuando Reagan me habla, de brazos cruzados.

—De acuerdo, bonita Ted Talk, pero seguimos cortos de dinero. ¿Qué hay de eso?

No se me ocurre una respuesta. De pronto, la voz de Brenda se abre paso entre el silencio sepulcral, casualmente.

—Podríamos hacer un lavado de coches para recaudar dinero.

Todas nos giramos a mirarla. Diana, nuestra portera, frunce el ceño.

—Brenda, ¿acabas de tener una buena idea? —pregunta, como si se hubiese perdido algo.

Ella ladea la cabeza, pensativa.

—Con que así es como se siente...

Nos reímos con ganas, aunque Brenda no parezca entender qué es tan gracioso, y Dom y Sarah le dan unos golpes en la espalda. Me giro hacia Williams, que tuerce el gesto.

—Nunca creí que diría esto—nos dice—, pero la idea de Smith suena bastante inteligente.

Junto las manos, demasiado emocionada como para que no se note, y pregunto:

—Entonces, ¿estáis dentro? 

Being number oneWhere stories live. Discover now