Capítulo II

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Pasados seis años, los últimos días del mes de agosto, regresé al nativo valle. Mi corazón rebosaba de amor patrio. Era ya la última jornada de mi viaje, y yo gozaba de las más perfumada mañana de verano. Cruzaba planicies cubiertas verdes gramales, regadas por riachuelos. Mis ojos se fijaban con avidez en aquellos sitios donde había dejado gentes virtuosas y amigas.

Ni las notas del piano de mi maestra de música, ni los perfumes de los lujosos vestidos, tenían para mi corazón la armonía del canto de aquellas aves.

Estaba mudo ante la belleza del valle del Cauca. El cielo, los horizontes, las pampas y las cumbres deslumbraban a quien las contempla. Las grandes bellezas de la creación no pueden ser vistas y contadas al mismo tiempo.

Antes de ponerse el sol, ya había visto blanquear sobre la falda de la montaña, la casa de mis padres. Pronto, las herraduras de mi caballo chispearon sobre el empedrado del patio. Oí un grito indefinible, era la voz de mi madre, al estrecharme ella entre sus brazos, sentí una emoción indescriptible.

Traté de conocer en las mujeres que veía, a las hermanas que había dejado niñas. Maria estaba de pie junto a mí. Con su rostro ruborizado y sus ojos humedecidos de alegría.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora