Capítulo XIII

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Una tarde que pasaba yo de la montaña, encontré a los criados con quienes tropecé a la entrada de la casa, en medio de gran sobresalto. Mi hermana me contó luego que Maria había sufrido un ataque nervioso y se encontraba sin sentido.

Desesperado entré en la habitación de Maria y encontré sentido a los pies de su lecho a mi padre. Él me dirigió una mirada de reproche. Mi madre en cambio, me compadecía. Yo hacía un gran esfuerzo por no estrecharla contra mi corazón. Mi padre comprendiendo todo mi sufrimiento, se puso de pie para salir y dijo:

—todo ha pasado, ¡pobre niña! Es exactamente el mismo mal que padeció su madre.

Al salir mi padre me coloqué en la cabecera de Maria, tomé una de sus manos y la bañé en el torrente de mis lágrimas. Había ya comprendido toda mi desgracia, era el mismo mal de su madre y ella había muerto muy joven, atacada de una epilepsia incurable.

De pronto movió la cabeza y pronunció palabras ininteligibles, entre ellas distinguí mi nombre. Abrió los ojos y asustada preguntó: “¿qué ha sucedido?”.

Tratamos de tranquilizarla, y con un acento de reconvención, que entonces no pude explicarme agregó: “¡ya ves! Yo lo temía”. Quedó después del acceso dolorida y muy triste.

Por la noche, volvió a verla. Al despertarse me retuvo la mano. “hasta mañana” me dijo, dulcemente como lo hacía siempre.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora