Capítulo XLI

57 8 0
                                    

AI día siguiente, a las cuatro de la tarde, llegué al alto de las Cruces. Me apeé para pisar aquel suelo desde donde dije adiós para mi alma a la tierra nativa. Volví a ver ese valle del Cauca, tan bello como triste para mí. Mi corazón palpitaba aceleradamente como si presintiese que pronto iba a sentir la cabeza de María recostada en mi pecho. Mis oídos ansiaban recoger en el viento el eco de la voz querida de ella.

Mis ojos estaban fijos en las colinas distantes, donde blanqueba la casa de mis padres.

Lorenzo acababa de llegar con un caballo blanco para que yo hiciese en él las tres últimas leguas de la jornada.

Sin poder contenerme le indiqué el punto blanco de la sierra diciéndole:

---Mañana a esta hora estaremos allá.

---¿Pero allá a qué? ---preguntó.

---¡Cómo!

--La familia está en Cali. Justo me contó anoche que la señorita está muy mala y se han reunido ---dijo Lorenzo conmovido.

Monte temblando en el caballo y casi a vuelo empezamos a descender por el pedregoso camino. La tarde se apagaba cuando doblé la última cuchilla de las montañuelas. Los sollozos se ahogaban en mi pecho

---El creador ---me decía ---no puede destruir aún a la más bella de las criaturas y lo que Él ha querido y yo más amo.

La ciudad acababa de dormirse. Sobre ella se divisaban, abrillantados por la luna, los follajes de las palmeras.

Hube de reunir todo el resto de mi vigor para llamar a la puerta de la casa. Un paje abrió. Recorrí precipitadamente parte del comedor que me separaba de la entrada del salón; estaba oscuro. Había avanzado unos pasos cuando oí un grito y me senti abrazado.

---¡María! ¡Mi María! ---exclamé, estrechando contra mi corazón aquella cabeza entregada a mis caricias.

---¡Ay, no, no...! ¡Dios mío! ---interrumpióme sollozante.

Y desprendió de mí, cayó sollozante sobre el sofá; era Emma. Vestía de negro. Se abrió la puerta del cuarto de mi madre y ella, bañada en lágrimas me hizo sentar junto a Emma.

---¿Dónde está, pues? ¿Dónde está? ---grité, poniéndome en pie.

---¡Hijo de mi alma! ---exclamó mi madre con el más hondo acento de ternura y volviendo a abrazarme-: ¡En el cielo!

Algo como la fina hoja de un puñal penetró en mi cerebro; faltó a mis ojos luz y a mi pecho aire. Era la muerte que me hería..

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora