Capítulo XXI

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Los ruegos de los montañeses me hicieron permanecer con ellos hasta las 4 de la tarde. Braulio se empeñó en acompañarme.

Durante la marcha le hablé de Su próximo matrimonio y de la felicidad que le esperaba.

Habíamos cruzado él río, cuando entre unas morenas apareció Juan Ángel tembloroso.

-yo vine, mi amo -pero me dió miedo. Como Lucas pasó por aquí y dijo que él tigre había matado al señor Braulio, yo no volví.

Braulio río sonoramente y dijo:

-¡te has estado todo el día en los matorrales, metido como un conejo!.

-Como ñor me dijo que no debía andar solo por allá arriba -respondió asustado él negrito.

-vaya, yo te perdono. Pero con la condición de que en otra cacería vallas conmigo. -el negrito le miró con ojos asustados antes de aceptar así el perdón.

-pues vamos andando. Tú Braulio, no te incomodes más; vuelvete. Tránsito está muy asustada.

Me dió la mochila, mientras decía:

-lo que va en la guambría es la muestra de mineral que le pidió Su papá a mi tío.

Dí un apretón de manos al valiente cazador y nos separamos. Juan Ángel, mi paje, había desaparecido. Cerca de la casa, noté que la familia estaba aún en el comedor, e inferí que Carlos y su padre habían venido.

Entré sin ser visto hasta mi cuarto. De pronto mi madre vino y me contó que ellos estaban de vicita.

-¡Carlos en casa! -pensé: éste es el momento de prueva de que me habló mi padre... Éste es un tormento peor del que me había imaginado.

Mi madre notandome preocupado, me dijo:

-¿como que has vuelto triste?

-no, cansado.

-¿y tienes la piel de oso que te encargó tú padre?.

-no esa, Sino una hermosísima de tigre.

-pero eso habrá sido horrible.

-los compañeros eran muy valientes y diestros.

Cerciorandose de que todo estaba listo para mi baño, me dijo antes de irse:

-¿recuerdas lo que hablamos los otros días sobre la venida de esos señores, no?

Mientras tanto, en el comedor, Juan Ángel había llegado con la mochila. Informó a mi padre sobre su contenido, según lo había dicho Braulio. Mi padre, deseoso de que don Jerónimo le diese su opinión sobre él mineral, mandó al negrito que lo sacara, trataba de hacerlo así, cuando dio un grito de terror.

Con los ojos desorbitados y señalando hacia él saco, exclamó:

-¡el tigre!

Todos asustados dejaron sus asientos.

-¿en dónde? -preguntaron.

-allá en el saco. -dijo el negrito.

Mi padre sacudió el saco, y Viendo rodar la cabeza sobre las baldosas dió un paso atrás; sin Jerónimo otro, y exclamó:

-monstruoso.

Carlos, adelantándose a examinar de cerca la cabeza:

-¡horrible!

Felipe se paró sobre un taburete, Juan llorando se refugió donde María y ésta tan pálida como Emma miró hacia las colinas esperando verme bajar.

-¿quién lo mató? -preguntó Carlos a Juan Ángel.

-la escopeta del amito Efraín.

Mi madre que estaba ese rato, exclamó:

-¡ay mi hijo!

-¡pero cómo es posible que usted permita eso a Efraín!, -exclamó don Jerónimo.

Mi padre le respondió orgulloso que él me había pedido una piel de oso, pero que parecía que yo había preferido traerle una de tigre.

-increíble -dijo Carlos -en el colegio no disparaba ni a un gorrión. Yo que pensaba invitarle para una cacería de venados con mi escopeta inglesa.

-él tendrá mucho placer en divertir a usted.

De pronto Mayo pasó por el comedor y al ver al tigre empezó a aullar lastimeramente.

Entonces llegué yo al salón, con un traje en el que no me hubieran reconocido Tránsito y Lucía.

María estaba allí. Apenas saludamos. Juan me dijo.

-ahí está el coco.

Yo sonreí creyendo que se refería a don Jerónimo.

Dí un estrecho abrazo a Carlos. Saludé a su padre. Seguimos al salón. María ya no estaba en él.

La conversación giró sobre la cacería. Emma me hiso saber que Carlos había preparado una cacería de venados. Él se entusiasmó cuando le prometí una linda partida en las cercanías de la casa.

Cuando salió mi hermana, Carlos me indicó Su escopeta inglesa. Fuimos a mi cuarto y pude ver que era igual a la que mi padre me trajo de Bogotá aunque Carlos aseguraba que nunca había venido al país cosa semejante.

Estimulado por lo que yo le contaba sobre los compañeros u amigos que quedaron en Bogotá.

Yo observé que durante este tiempo había mejorado mucho. Era un buen mozo. Me habló de sus trabajos de campo. Luego empezó a leer los títulos de los libros de mi estante y me dijo:

-tú has venido cargado con todo el librero.

Sonó la campanilla del comedor, avisando que el refresco estaba servido. Carlos se miró al espejo, peinó sus patillas, arregló Su corbata de lazo y salimos.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora