Capítulo XI

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Hice esfuerzos para mostrarme amable el resto del día. En la mesa hablé con entusiasmo de las mujeres hermosas de Bogotá. Mi padre se complacía oyéndome. Maria estuvo callada, pero me pareció más pálida que de costumbre. En la tarde fue necesario ayudar a mi padre en sus trabajos de escritorio.

A las ocho, nos llamaron al comedor. Al sentarme a la mesa ví sorprendido una de las azucenas en la cabeza de Maria. Yo no podía dejar de mirarla. Comprendiendo mi turbación, mi padre preguntó a Maria:

—hermosa azucena tienes en los cabellos, yo no he visto de esas en el jardín.

Maria tratando de disimular su desconcierto, respondió:

—es que esas azucenas sólo hay en la montaña. Efraín botó unas en el huerto y como son tan lindas, no quisimos que se perdiese. Esta ed una de ellas.

—Maria —le dije yo —: si hubiese sabido que te gustaban más que las que ponen diariamente en mi florero, las habría guardado para vosotras.

Aquella noche, en el salón, Maria estaba sentada junto a mí. Casualmente mi mano tropezó con la suya. La retuve en la mía y le dije: “Maria, eran para tí, pero no encontré las tuyas”. Turbada se levantó y dijo muy bajito: “entonces... Yo recogeré todos los días las flores más lindas”. Y desapareció.

Acababa de confesar mi amor a Maria, ella me había animado a hacerlo, humillándose como una esclava a recoger aquellas flores.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora