Capítulo IV

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Dormí tranquilo, como en la niñez, cuando escuchaba los cuentos del esclavo Pedro.

Soñé que Maria entraba a renovar las flores de mi habitación. Cuando desperté, las aves cantaban en el follaje, los azahares llenaron de aroma mi estancia, tan pronto como entreabrí la puerta.

La voz de Maria llegó a mis oídos dulce y pura. Abrí la ventana y la divisé en el jardín con mi hermana Emma. Llevaba un traje más claro que el de la víspera y el pañolón color de púrpura, enlazado a la cintura; el cabello suelto sobre la espalda y el pecho; ella y mi hermana estaban descalzas. Llevaba una vasija de porcelana, que iba llenando de rosas frescas. Riendo con su compañera, hundía sus mejillas en el tazón rebosante. Descubríome Emma; Maria lo notó, y sin volverse hacia mí se cubrió los hombros y tapó sus pies.

Pasado el almuerzo, mi madre me llamó a su costurero. Quería verme y oírme sin cesar, Emma me hacía mil preguntas sobre Bogotá.

Iluminándose sus ojos cuando mi madre solicitó que les diera algunas lecciones de gramática y geografía. Horas después fui a tomar un baño. Sobre el estanque de canteras bruñidas, sobrenadaban muchísimas rosas; eran las flores que en la mañana había recogido Maria.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora