Capítulo XXXI

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Durante siete días habíamos trabajado mi padre y yo intensamente. Esa noche llegó el correo. Mi padre había revisado las firmas de algunas cartas.

Me dió a que leyera una en voz alta y de pronto, con los labios contraídos por la preocupación me dijo:

---¡Ese hombre me ha muerto! Al fin sucedió lo que tu madre temía. Yo moriré sin haber aprendido a desconfiar de los hombres. Uno de sus dependientes le había perjudicado en una importante suma de dinero.

Al tiempo de acostarnos, me dijo desde su lecho:

---Es preciso ocultar a tu madre lo que ha sucedido.

Esa noche casi no pude dormir. A la primera luz del día empezaron a revolotear en los platanales los azulejos y las palomas. Ya no volveré a escuchar esos cantos, ni a respirar esos aromas ¡extraños habitan hoy la casa de mis padres!

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora