Capítulo XVII

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Yo estaba listo para partir cuando Emma entró a mi cuarto.

—¿a dónde vas tan contento? —me preguntó.

—ojalá no tuviera que ir a ninguna parte; a ver a Emigdio que se queja de mi inconstancia.

—deja que te peine yo —dijo tomando una peineta de mi mesa de baño. —¿sabía usted señor, que una de las hermanas de su amigo es una linda muchacha? 

De pronto oí la voz de Maria que llamaba a mi hermana.

—Maria te llama —le interrumpí.

—no hay inconveniente, me está esperando para que vayamos a coger flores para reemplazar las del florero. Si yo fuera ella no volvería a poner ninguna más ahí.

—si tú supieras...

—y si supieras tú...

Mi padre que me llamaba desde su cuarto, interrumpió aquella conversación.

—mira hijo. Este es el reloj que encargué en Londres.

—es mucho mejor que el que usted usa —observé.

—el tuyo es muy pequeño, debes regalarlo a una de las muchachas y tomar para tí éste.

Sin dejarme tiempo para darle las gracias añadió:

—¿vas a casa de Emigdio? Di a su padre que su ganado debe estar listo para la ceba, el 15 entrante.

Volvió enseguida a mi cuarto para tomar para tomar mis pistolas. Desde la ventana vi a Maria que entregaba hermosas flores a Emma; pero el más hermoso, un clavel, lo tenía ella en los labios.

—buenos días, papá, —le dije apresurándome a recibirle las flores.

Ella, palideciendo, dejó caer algunas flores y el clavel que tenía en la boca. Entregóme algunas y yo le dije:

—¿quieres cambiarme todas éstas por el clavel que tenías en los labios?.

—le he pisado —respondió bajando la cabeza.

—así, pisado, te daré todas éstas por él.

Se inclinó para recogerlo y me lo entregó sin mirarme.

Emma fingía completa distracción, colocando las flores nuevas.

Estreché la mano con que Maria me entregaba el clavel diciéndole:

—gracias, gracias. Hasta la tarde.

En su mirada había ternura, pudor y lágrimas.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora