Capítulo XXXVII

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El día de mi viaje se acercaba. María hacía grandes esfuerzos para mantenerse tranquila y ser valiente.

A las once de la noche del veintinueve de enero me separé de la familia y de María en el salón. Velé en mi cuarto hasta que oí al reloj la una de la ma- ñana; no quería que los primeros instantes de aquel día tanto tiempo temido, me encontrasen dormido.

Con el mismo traje me recosté en la cama a las dos. El pañuelo de María, fragante aún con el perfume que siempre usaba ella, ajado por sus manos y humedecido por sus lágrimas, recibía sobre la almohada las que rodaban de mis ojos.

Un estremecimiento nervioso me despertó dos o tres veces en que el sueño vino a aliviarme. EI ruido de un sollozo volvía a estremecerme: ¡el de aquel que, mal ahogado, había salido de su pecho esa noche al separarnos!

No eran las cinco cuando me levanté. Pronto vi brillar la luz en las rendijas del cuarto de María y oí la voz de Juan que la llamaba.

Juan Ángel después de haberme traído el cafe ensillado mi caballo negro, me esperaba llorando, acostado contra la puerta de mi cuarto, las espuelas en una mano y las zamarras colgadas de un brazo.

---No llores ---le dije ---cuando yo regrese ya serás hombre y no te volverás a separar de mí.

El momento de reunir todas mis fuerzas había llegado. Todos habían humedecido mi pecho con su llanto.

Entré al oratorio donde estaba María sentada en la alfombra. Dio un débil grito al sentirme, dejando caer nuevamente su cabeza sobre el asiento en que la tenía reclinada. Alzó la mano derecha para que la tomase: medio arrodillado la bañé en lágrimas, mas al ponerme en pie, como temerosa de que me alejase ya, se levantó de súbito para abrazarse a mi cuello. Mis labios descansaron sobre su frente. María sacudió la cabeza y Emma que acababa de entrar, la recibió desmayada en su regazo, pidiéndome que me alejase. Y obedecí

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora