Capítulo XXV

70 10 0
                                    

Enterada mi madre de nuestro proyecto de caza, hizo que se nos sirviera temprano el almuerzo a Carlos, Braulio y a mí. Como es natural durante la comida planeamos lo que iba a ser la cacería. 

Yo montaba un caballo retinto. Carlos iba caballero en un quiteño castaño coral que el general Flores había obsequiado a mi padre. 

El ruido de nuestros caballos y los ladridos de los perros sacaron a María de la distracción en la que se hallaba ese momento, apoyada en el barandal de la ventana. 

Nos internamos en la cañada de la Honda. 

Mayo nos acompañó hasta el primer torrente y luego se regresó a la casa. 

Los gritos de Braulio y los perros anunciaron que el venado venía hacia nosotros. Bajó por la cañada en menos de lo que nos habíamos supuesto. A Juan Ángel se le blanqueaban los ojos y los dientes de la risa. 

Al bajar a la vega, se perdió el rastro.  Más de una hora perdimos en idas y venidas, hasta encontrar nuevamente la pista. Carlos y yo desmontamos para ayudar a Braulio.

De pronto, la presa salía de la vega y se dirigía hacia la casa.

---Espéralo sobre el cerco ---grité a Carlos.

Así lo hizo. Cuando el venado, fatigado, bricaba el vallado del huerto, Carlos disparó; pero el venado siguió. Mi amigo quedó atónito.

Yo  salté del caballo y corrí hacia la casa. Braulio llegaba en ese momento.  Detuvo a sus perros para que no despedazasen al venadito, que asustado, se había refugiado bajo un sofá del corredor.

Cuando llegamos, Emma y María se aproximaron tímidamente al tocar al venadito, suplicando que no lo matásemos. 

Le perdonamos la vida y Braulio se encargó de devolverlo al bosque. Carlos no podía ocultar el disgusto por haber errado tan bello tiro.  Poco después al despedirse Braulio de mí para volver a la montaña me dijo:

---Su amigo está furioso.  Hoy en la mañana se burlo de mis perros y por eso no puse municiones en su escopeta

---Ha hecho muy mal ---observé. 

---No lo volveré a hacer, porque supongo que no cazará más con nosotros... ¡Ah! la señorita María me ha dado mil recados para Tránsito. Le agradezco que esté gustosa de ser nuestra madrina. Dígalo usted, por favor. 

---Así lo haré, pierde cuidado. 

Me extendió la mano para despedirse.  Llamó a sus perros con agudo silbido y se alejó hacia la montaña.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora