Capítulo XXXII

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Al día siguiente, diciembre doce, debía celebrarse el matrimonio de Tránsito. Después de nuestra llegada se mandó a decir a José que estaríamos entre siete y ocho en la parroquia.

Sin poder ocultar mi preocupación ante María, me ví obligado a contarle la enorme pérdida económica que había sufrido mi padre.

Después de conversar un rato con Emma nos separamos, prometiéndonos madrugar mucho para nuestro viaje a la parroquia.

Antes de las cinco llamó Juan Ángel a mi puerta. Felipe y él hicieron tal ruido con las monturas que despertaron a todos.

Cuando todo estaba preparado, apareció María. Estaba muy hermosa, con un bello traje de terciopelo negro, con sombrero y ancha capa que se le desprendía de los hombros en numerosos pliegues. Partimos hacia el pueblo: mi madre, Maria, Felipe y yo.

Después de cabalgar largo trecho, ella me dijo:

---Si esa suma que se ha perdido es tanto, papá necesitará más de ti... tal vez él consentirá en que lo ayudes desde ahora...

---Sí, sí ---le respondí, dominado por su mirada ---. Diré a mi padre que olvide su promesa de enviarme a estudiar a Europa; prometeré luchar a su lado hasta el fin por salvar su fortuna y él consentirá... Así no nos separaremos nunca... No nos separarán.

Sin levantar los ojos, María me indicó que sí; que lo que yo decía era cierto.

Pronto llegamos al pueblo. Braulio vino a saludarnos y a decirnos que el cura nos estaba esperando. Mi madre y María se cambiaron sus vestidos y nos dirigimos a la iglesia.

La ceremonia fue sencilla y conmovedora. Braulio estaba un poco pálido pero felíz. Tránsito miraba al suelo y José empuñaba un cirio; tenía los ojos llorosos.

Oímos todos la misa y luego nos dirigimos a la salida del pueblo.

Nos despedimos de los novios, prometiéndoles ir aquella tarde a la montaña.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora