Capítulo XXXVIII

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Hacía dos semanas que estaba yo en Londres y una noche recibí cartas de la familia. Busqué la carta de María. Traía su perfume y en sus pliegues iba un pedacito de cáliz de azucena.

Mientras leía sus líneas, lloré solo durante largo tiempo, rodeado por la oscuridad.

Durante un año tuve dos veces cada mes carta de María.

Las últimas estaban llenas de una melancolía muy profunda.

En vano había tratado de reanimarla diciéndole que esa tristeza destruiría su salud. En vano.

"Yo sé que no puede faltar mucho para que yo te vea ---me había contestado ---; desde ese día ya no podré estar triste; estaré siempre a tu lado... No, no; nadie podrá volver a separarnos".

Fue la última que recibí en dos meses.

En los últimos días de Junio recibí la visita del señor de A... que venía desde París y me traía noticias de la familia.

---He venido ---dijo después de un largo rato ---a ayudarle a usted a disponer su regreso a América.

---¡Al Cauca! ---exclamé asustado: ¿Es que...?

---Nadie ha muerto.

---¡María! ¡María! ---grité como si ella pudiers oirme.

---Vamos ---dijo el señor A... ---Para eso fue necesaria mi venida. Ella vivirá si usted llega a tiempo. Lea usted las cartas, que ahí debe venir una de ellas.

"Vente ---me decía ---ven pronto, o moriré sin decirte adiós. Al fin me consienten que te confiese la verdad; hace un año que me mata, hora por hora, esta enfermedad de la que la dicha me curó por unos días. Si no hubiera interrumpido esta felicidad, yo habría vivido para tí... Yo no quiero morirme; yo no puedo morirme y dejarte solo para siempre".

Mi padre decía que los médicos tenían la esperanza de salvar a María sólo si yo regresaba. Ante esta necesidad mi padre ordenaba mi marcha precipitada.

Dos horas después salía de Londres.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora