Capítulo V

397 22 1
                                    

Había pasado tres días cuando mi padre me invitó a visitar sus haciendas del valle. Yo quería complacerlo y tenía real interés por conocerlas. Mi madre, mis hermanas y Maria, se entristecieron con mi partida.

En mi ausencia, mi padre había mejorado notablemente sus propiedades de tierra caliente; una costosa y bella fábrica de azúcar; extensas plantaciones de caña; numerosas cabezas de ganado vacuno y caballar y una lujosa casa de habitación. Los esclavos bien vestidos y sumisos, eran felices.

Hallé hombres a los que, niño antes, me enseñaron a poner trampas en los bosques. Todos me saludaron con alegría. Sólo a Pedro el fiel ayo, no debía encontrar. A mi partida a Bogotá se había despedido de mí diciendo: “amito mío, ya no te veré más ”. Murió antes de mi regreso.

Pude notar que mi padre era un amo cariñoso, recto y justo. Una carta a la puesta del sol, regresábamos de las labranzas a la fábrica, mi padre, Higinio el mayordomo, y yo. Al encontrarse con un grupo de esclavo, mi padre averiguó a uno de ellos, por los preparativos de su matrimonio. Este le contestó que ya todo estaba arreglado. Nosotros nos dimos por convidados. En la madrugada del sábado próximo se casaron Bruno y Remigia. Esa noche, la música del baile se dejó escuchar. Cuando llegamos a la fiesta, el capitán de la cuadrilla salió a tomarnos el estribo y a recibir nuestros caballos.

Estaba elegante con su traje de domingo y el machete de guarnición plateada que le pendía de la cintura. Los músicos y cantores entonaban con maestría los bambucos, que Remigia y Bruno danzaban con gentileza, cuando llegamos. Mi padre bailó también unos momentos con Remigia y al cabo de una hora nos retiramos.

Mi padre quedó satisfecho de mi atención durante la visita que hicimos a las hacienda, mas cuando le dije que quería quedarme a su lado, me manifestó casi con pesar, pero con firmeza que debía marchar a Europa a concluir mis estudios de medicina, dentro de cuatro meses. Empezaba a anochecer y no pudo notar la terrible emoción que su decisión me causaba. ¡cuán feliz hubiera yo vuelto a ver a Maria, si la noticia de ese viaje no se hubiera interpuesto entre mis esperanzas y ella!.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora