Silencioso latido

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No despierto sino hasta que mi madre me sacude contra el asiento del auto y no dudo en enojarme con ella y lanzarle miles de insultos escondidos entre mis dientes. Me doy la obligación de despertar a mi hermana que estaba a mi lado y hace lo mismo que yo, sólo que en vez de ocultar las maldiciones me las grita en toda la cara. Ya estábamos llegando a South Park, un pueblucho que fue recomendado a mi padre por mis tíos, en el cual él consiguió empleo, un muy adecuado empleo para un pesado como él; aunque no sé muy bien de que trata ni tampoco me interesa, él dice que será la mejor época para la familia. Pero yo no le creo.

Tres horas más y al fin llegaremos a nuestra nueva casa. Estoy ansioso claro y no puedo creer que al fin vea nieve caer. No digo que en Arizona no hubiera, sólo que pocas veces la he visto descender desde el cielo. Me dedico a mirar por la ventana tratando de escudriñar a tope todas las casas que van pasando, intentando atravesar las paredes y ver cómo son las personas aquí, como se comportan y que tan amigables son. Pero por más que mis ojos se aplasten y se esfuercen por penetrar esas murallas, no lo logran.

Después de unas largas y tediosas tres horas, veo nuestra nueva casa. Alta, de dos pisos y un gran patio principal. El árbol estaba cubierto de nieve y el pasto había crecido bastante desde la última vez que lo vi en fotos. Era más grande que la de Arizona y tenía un desteñido color ocre, no estaba mal pero podría ser mejor. Al bajarme del vehículo, pude escuchar como la nieve crujía y se hundía bajo mis pies, sacándome una risita tímida, pues pocas veces se puede disfrutar este momento. Estaba ansioso por entrar y por conocer a mis futuros "amigos". Y la verdad es que ese tema me tiene algo preocupado. Yo no soy muy amistoso y si alguien me dice algo que no me gusta, o me golpea o si simplemente me mira con malos ojos, yo no me quedo callado y voy a enfrentarlo a la cara; es por eso que hemos tenido problemas con las escuelas, me la pasaba en dirección mientras le levantaba el dedo de al medio al director. Cabe decir que los Tucker tenemos un carácter podrido, sobre todo mi padre sin embargo, lo admito y no me da pena decir que mi madre es la que lleva la armadura en la casa, ella siempre saca la voz por todos nosotros.

Corro con expectativas muy grandes hacia la puerta de la casa y mi mamá me da las llaves para que pueda abrir, sin embargo mi hermana y yo nos peleamos por descubrir cuál de los dos va a tener el derecho y la oportunidad de ver el interior primero. Pero mi madre me quita las llaves y me arrebata el privilegio de poder ser yo el afortunado primogénito. Miro a mi papá detrás mío hablando por teléfono esperando —probablemente— al camión de mudanzas, mientras tanto su esposa abre la puerta y lo primero que siento en mi respingada nariz es olor a encierro y a nuevo. Una mezcla extraña que me hizo revolver el estómago, de buena manera.

Mi madre suspiró y entró a recostarse en plena sala de estar, vacía, sin importarle que su vestido favorito color bermellón se ensucie. Ruby sale corriendo hasta el patio trasero y yo la imito pero subiendo las escaleras de dos en dos. Me sentía como un explorador, sin saber con lo que me iba a encontrar, era un sentimiento tan agradable y cada vez se expandía más y más. El segundo piso me recibió con un extenso pasillo alfombrado y cuatro puertas, las cuales fui abriendo una por una. Un baño, la pieza de mis padres, la de Ruby y luego la mía. Cuando entré me sentí tan externo a ella, pero a la vez ella me llamaba y me pedía a gritos que la decorara con todos los lujos que me podía permitir. Era mía, mi pieza, ya no la tendría que compartir con mi hermana y me di la oportunidad de correr por todo el lugar riendo y dando saltos, metiéndome en el closet y golpeando el vidrio de la ventana.

Afuera vi a mi papá como un bobo parado en medio de la calle haciéndole señas al camión y luego me miró para que bajara a ayudarlo y eso hice. Bajé dando fuertes saltos en cada escalón para que la casa se acostumbre a mi presencia y mi rubia madre seguía recostada en el suelo, con los ojos cerrados y tarareando una canción de cuna. El camión con finas ruedas de carbón se estacionó al lado de nuestro auto y corrí por las baldosas níveas hasta él.

Abrieron la parte de atrás y mi padre junto con otros tres hombres, contando al chofer, ayudaron a bajar las cosas: cajas, inmuebles, electrodomésticos, camas, la tele y yo me encargué de las cosas más pequeñas y lo primero que tomé fue a mi mascota Stripes. Bajé dando otro salto y sentí que alguien estaba pendiente de mí; me giré para ver sobre mi hombro y ahí estaba. Un niño sentado en un columpio que colgaba de un gran árbol al frente de nuestra casa; tenía una taza sobre sus labios y sus molestos ojos verdes no dejaban de mirarme. Como dije... Cualquiera que me mire recibirá su frase del fabuloso Craig Tucker.

—¡¿Qué miras pelos nerviosos?! —le grité agarrando con firmeza la jaula de mi mascota.

Escuché que chilló levemente y como un gato asustado y mojado, el niño rubio se paró del columpio y se metió a su casa, dejando al asiento de madera mecerse con el viento. Lo ignoré y seguí mi camino pero cuando me doy vuelta simplemente por instinto, puedo ver sus molestas mechas doradas a través de la cortina aún dedicándome una mirada curiosa. Odio que me miren y odio a ese niño.

Último latido de un corazón oxidado [South Park]Where stories live. Discover now