Séptimo latido

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Aunque la presencia de Tweek en la cabaña me resultaba frustrante y en primera instancia molesta; no tardé en acostúmbrame a su estilo de "vida" o como se despierta en las mañanas o como se duerme en las noches.

Cuando llegamos a la casita lo primero que hizo fue explorar. Igual que yo, pero como ya conocía ese lugar igual como la palma de mi mano, no exploré de nuevo, pero él sí. Caminó por los alrededores y tocó con sus manos delgadas cada superficie distinta que se atravesaba en su camino. Rodeó la casa como un perro siguiendo huellas criminales hasta que llegó al lago que estaba justo detrás de la cabaña. Yo lo seguía e intentaba descubrir cuál era el objetivo de tanta expiación. Luego entró corriendo a la morada haciendo sonar sus zapatos contra el suelo de madera, crujiendo y rebotando en las murallas. Subió y bajó, saltó y corrió, se cansó y durmió. Ese fue el primer día de Tweek en la cabaña Tucker, alocado y lleno de curiosidad.

El durmió conmigo en la misma pieza. Antes yo solía dormir ahí con Ruby pero para tener más espacio ella terminó durmiendo con mis padres y los señores Tweak en otra habitación que estaba en el segundo piso. Esa fue la noche más divertida en toda mi vida. Nos reímos y cantamos, varias veces mi papá tuvo que ir a callarnos pero no lo hicimos. Tweek me contó una historia de terror sobre un tal hombre oso cerdo o cerdo hombre oso, ¿oso cerdo hombre? Como sea, era extraña y me hizo temblar del susto. Pelos nerviosos narraba bien y por mil preguntas que yo le hiciese él nunca las contestaba.

—¿Por qué te gusta tanto el café?

—Hay un programa de televisión en donde el café es el protagonista. Literalmente ¿sabes? Es un café con piernas.

Y se reía. Siempre cambiaba el tema cuando yo le preguntaba algo. Nunca respondía y aunque ese detalle me molestaba, Tweek me estaba cayendo cada vez mejor.

En la mañana, él desayuna en la cama, con los pies cruzados y mirando la televisión. Comía ruidosamente. Tenía hambre así que me senté en su cama y saqué de su comida lo cual no le molestó. Nos quedamos viendo la tele hasta las doce, con Tweek recostado sobre mi estómago mientras contaba cuantos minutos daban del programa y cuantos de comerciales. Fueron veinte de programa y casi dieciocho de comerciales.

En la tarde nos bañamos en el lago y me acordé de que Stan no sabía nadar y al contrario de Tweek, el rubio sí sabía. Incluso mejor que yo. Saltaba dentro del agua como si fuera parte de ella. Chapoteaba igual a un pato y se tiraba piqueros desde un pequeño puente que estaba apunto de caerse. Era osado, y me sentí avergonzado por eso, ya que yo no me atreví a pisar ni una madera de ese puente. Me divertí con él, sinceramente creí que Tweek era esa clase de niños autistas que no se divierte y que no habla con nadie, pero no, era todo lo contrario. Sin embargo, pude comprobar que casi no duerme.

En la noche comimos malvaviscos asados y luego nos metimos al auto para volver a South Park. Ambos dormimos en el vehículo y cuando llegamos Ruby nos despertó con un fuerte grito.

—La pase bien Tweek, eres divertido —confesé cuando los adultos se despedían.

Estábamos de pie en medio de la calle. Él sostenía su maleta y mochila, la cual ni siquiera ocupó.

—T-tú igual —titubeó bajando la mirada.

—Bien. Nos vemos mañana —me despedí caminando hacia mi casa.

—¡Espera! —gritó y me giré para verlo—. E-espera... —susurró como si se estuviera disculpando por su grito anterior—. Ven.

Miré a mi mamá y seguía conversando con la señora Tweak. Me acerqué curioso hasta quedar frente a él. Miraba el suelo como si algo fuera a salir de ahí. Sus dedos se movían nerviosos uno sobre otro, era curioso verlo así pero de algún otro modo era divertido.

—¿Qué pasa? ¿Se te quedó algo en la cabaña? Si quieres cuando vayamos te lo traigo de vuelta, no es problema para...

—Me gus... —Y se quedó en silencio, creo que se mordió la lengua—. Me... m... Me gusta la cabaña, e-es muy linda —dijo sonriendo nervioso y con su tez pálida teñida de rojo.

—¡Sí! Es bonita, cuando vayamos irás de nuevo —sonreí mirando el cielo casi nublado y me consumió un terror horrible al pensar en que él no querría ir—. ¿Irías cierto?

Río tiernamente—. ¡Claro!

Esta vez nos despedimos como era adecuado. Nos estrechamos las manos y cada uno se fue a su casa mientras agitábamos nuestros brazos. Y aunque la pasé bien, siento como si a Tweek se le olvidara decir algo o como si estuviera mintiendo, porque la cabaña es fea y lo único rescatable es la vista y el lago, pero bueno, al parecer para Tweek no importan las apariencias. ¿Verdad Tweek?

Y él no me habría respondido.

Último latido de un corazón oxidado [South Park]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora