Latido tres

1.1K 181 54
                                    

Ya me sentía mejor y completamente recuperado pero aun así mi mamá me dijo que reposara un día más antes de volver a la escuela, la cual extrañaba. Raro. Eso sí, sabía que al volver estaría lleno de pruebas y proyectos que se me fueron acumulando con los días y no me gustaba esa idea, pero estar en casa es aburrido. Hasta mi mascota salía más que yo; sólo me dedicaba a ver tele, a leer, dibujar porquerías, comer y sonarme la nariz, que todavía estaba cosquilleando, a veces.

Me sentía nervioso de volver a clases, siendo que no era mi primera vez, y todo ese malestar psicológico lo asimilaba al simple hecho de tener que dar la cara y presentarme al frente del señor Garrison y explicarle mi ausencia. Obvio que no me perdonaría sin licencia médica pero algo se me ocurrirá.

Mi mamá ya no me iba a dejar en bicicleta gracias a su nuevo trabajo. Ahora me voy en autobús como un niño normal. Me da nostalgia recordar el timbre del vehículo pequeño de dos ruedas. Cada vez que veía un perro, de manera silenciosa, yo mismo imitaba el sonido armonioso de la campanilla. Clyde me escucha y siempre se hace el tonto.

Estábamos sentados, como siempre en las escaleras del patio trasero. Todos jugaban y Clyde se había unido a un grupo de niños que pateaban una pelota. Mamá me había dicho que aún no podía jugar, no quería que yo sudara y me volviera el resfrío.

—¿Qué tienes ahí? —El Token me preguntó apuntando a mis manos.

Tenía un pedazo de queque que el niño Marsh me había dado. Mi papá me contó que mi mamá le dijo que el pastel lo había hecho el mismo hijo de la señora Marsh, o sea, el niño con el pompón rojo. No podía creérmelo. Ni mi familia me hacía pasteles y ese niño que apenas me conocía me preparó uno solo para mí; así que, como muestra de mi agradecimiento, le daré un obsequio de su propia creación. Creación que me comí en menos de dos días, porque estaba delicioso, mejor de los que venden en las pastelerías.

—Un pastel —dije buscando con la mirada al cuarto niño del grupo de Cartman.

—¿Me das?

—¡No! Es para el niño con pompón rojo —Cuando di con él me paré de un salto y sequé mis manos sudadas en mi pantalón.

Sentía como Tweek me miraba curioso y a la vez hambriento, pues, con tan sólo mirar la cubierta del pastel te daban ganas de tragártelo. El niño estaba de pie esperando a que el balón ovalado le llegase a sus manos, estaba de espaldas así que tuve que tocar su hombro para que me viera, y eso hizo. Me miró y sus ojos azules se abrieron tanto que creí que se saldrían de sus cuencas. Su rostro se puso rojo y yo simplemente reí, pues se veía gracioso.

—Gracias por el pastel, estuvo muy delicioso —dije entregándole el platito de plástico con una rebana—. No sabía cómo agradecértelo así que te quería convidar un poco.

No dijo nada en ese momento y con sus manos turbias sostuvo el plato y río levemente, como un suspiro combinado con una risa.

—No fue nada —habló titubeante—. No me he presentado, soy Stan —sonrió y me estrechó su mano.

Mi pecho se sintió caliente al saber que él era Stan. Ya no lo llamaré como "el niño con pompón rojo", ahora era Stan, el pastelero. Sonreí igualmente y la agarré percibiendo lo cálida que estaba, debe ser por el juego que estaban jugando. Sus ojos parecieron brillar y de repente la pelota se estrelló contra su cara botando el pedazo de pastel a la nieve, ensuciándolo a él y a su ropa. Su nariz comenzó a sangrar y sus ojos se llenaron de lágrimas pero aun así me sonrió mientras que yo estaba rojo de rabia, lanzando maldiciones a los pendejos que tiraron el pastel de Stan y por romperle la nariz. Me sentía furioso y con la poca cordura que me quedaba recogí el queque, sórdido y lleno de nieve y me lo llevé al baño para limpiarlo en un inútil intento por tratar de revivir lo último que me quedaba de la fabulosa creación de Stan el pastelero.

Último latido de un corazón oxidado [South Park]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora