Latido diez

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Las hojas desteñidas y secas caían de los árboles anunciándonos que el otoño ya había llegado y con el la famosa fiesta de Halloween. Por mí parte (como niño de once años) no me gusta pedir dulces, lo encuentro demasiado inmaduro, disfrazarse e ir con un balde, casa por casa pidiendo golosinas. A mí, en lo personal, me gustaría sólo tirar huevos y ya, sería mucho más divertido; pero como era mi primer Halloween en Colorado, mi mamá insistió en que debía, por lo menos, salir una vez a pedir dulces aquí. No me negué ya que Stan me iba a acompañar.

Yo iba vestido como Dracula, ya que, mi pálida piel y oscuro cabello me favorecía en esta ocasión, mi compañero, sin embargo, vestía un traje del capitán América; él estaba acompañando a su padre en la tienda de Blockbuster (me sorprende que aún exista una) pero dijo que cuando se enteró de que yo saldría vino corriendo desde la carretera hasta aquí. Obvio que exageraba, pero ese simple gesto me hizo cosquillear mi corazón.

Íbamos por cada casa que rodeaba a la manzana y cuando pasábamos por lugares oscuros jugábamos a que yo lo iba a atrapar y a morderle el cuello, él corría mientras me lanzaba, torpemente, el escudo de cartón. A veces, nos dábamos besos, unos más largos que otros, pero siempre cálidos. Tengo un cuaderno en casa, en donde salen los momentos en los cuales me ha latido el corazón con ferocidad, contando los momentos con Stan y con Tweek; aún no sé quién va ganando pues no me he puesto al día, pero cuando llegue a la casa lo haré.

Pasábamos por la última casa y la señora nos dio mucho dulces pequeños. Se estaba poniendo helado y corría un viento frío a travez de la ropa. Abracé a Stan y él también a mí.

—Así no pasaremos frío —le dije sobando su hombro.

Él rió y besó mi mejilla. Recordé la sensación que viví con Tweek en el verano, sensación que no he vuelto a sentir pero al tener a Stan tan cerca de mí estoy comenzando a sentirla de nuevo.
Lo guíe detrás de una casa para que nadie nos vea, aún abrazados. Ya ahí, me separé y le di un beso.

—Quiero saber algo —le dije y lo abracé, tanto que pensé que íbamos a fusionarnos—. ¿Sientes ese calor?

—Un poco. Sí —Sentía sus manos subir por mi espalda, por debajo de mi capa.

Comencé a darle besos pequeños y cortos, tratando de hacerlo lento pero no aburrido ¿aburrido? Ningún beso con Stan es aburrido, siempre sale con algo nuevo. Una vez, sacó la lengua, me asustó y prometió nunca más hacerlo. Se sintió raro y viscoso, me dijo que lo había visto en una película y que quería intentarlo. Tal vez lo intentemos de nuevo, pero no ahora.

Entre beso y beso, comenzaba a sofocarme, estos besos eran extraños, más cálidos, más fogosos. Raros, pero me gustaban.

—Oye... —suspiré—. ¿Ahora sientes más calor?

—Ajá...

—¿Aquí? —toqué su vientre.

Sabía que era el vientre pues lo busqué en internet, sin embargo no logré dar con la explicación de esa sensación. ¿Qué carajos era esperma? Y si el internet no pudo responder esa pregunta, no creo que mamá sepa.

—S-sí —dijo sonrojado tocando también el mío. Otra vez los vellos se me erizaron—. ¿Qué es? —preguntó mirándome a través de la máscara.

—No lo sé —sonreí—. ¿Qué es esperma?

—Algo blanco, pero no sé que hace...

—¿Se siente bien?

—Sí —Me besó.

Dejamos de tocarnos el vientre y nos fuimos tomados de la mano mientras que las hojas danzaban en círculo al lado nuestro.

—Feliz Halloween Craig.

—Feliz Halloween Stan, te quiero.

Y vomitó los dulces. Yo también.

Último latido de un corazón oxidado [South Park]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora