Capítulo 16

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La caja plateada


Narra Cepeda

Apenas podía verse el parqué entre los montones de folios que se desperdigaban por el suelo. Anoté un nuevo arpegio. Por fin había encontrado la melodía principal.
Volví a colocar la guitarra en mi regazo apoyándola en mis piernas cruzadas y después de unos segundos el sonido de unos pasos por el pasillo me alertó.

Guardé todos los folios en la caja plateada que tenía detrás de mí e intentando disimular, punteé un par de cuerdas de forma improvisada.

Cuando vi la cara de Graciela entrando al salón supe que había sido un movimiento demasiado lento.

— La verdad es que le pones empeño —dijo sonriendo parada delante de mí— ¿Qué narices guardas en esa caja?

— Son cosas mías —Me encogí de hombros con indiferencia.

— Conque sí, ¿eh? —Dio un par de pasos por la habitación y se giró hacia mí de nuevo —. Algún día te la quitaré mientras duermes—Me dijo sacándome la lengua.

— Inténtalo —respondí con una sonrisa burlona. Ella contestó con una sonrisa más amplia y reparé en su ropa. Iba arreglada — ¿Vas a alguna parte?

Sí — habló desde la entrada mientras se retocaba el pelo en el espejo de la pared—. He quedado con unos amigos.

— Habías dicho que iríamos a cenar —recordé cruzándome de brazos.

— Mierda —Maldijo mientras se daba un golpe en la frente con su mano—.  Se me olvidó por completo.

— Bueno, iremos otro día. pásalo bien—Acto seguido y sin mucha más despedida por su parte además de un pequeño beso en la cabeza, abandonó mi piso.

Cogí la caja plateada y la coloqué de nuevo delante mía.

No tenía nada que no quisiera que viera Graciela en particular. No quería que lo viese nadie. Un amigo me había sugerido que llevara una libreta a Operación Triunfo para apuntar mis experiencias. No me gustaba llamarlo diario, no tenía 10 años. Decía que querría recordar cada detalle de lo que había vivido allí dentro, que cualquier mínimo recuerdo que me ayudase a entender por qué mi cuerpo pedía no separarse nunca de aquella academia sería algo que un día agradecería enormemente.

El caso era, que después de salir de la academia, no lo había apartado. Aún de vez en cuando, si pasaba algo interesante, lo escribía en aquella libreta negra de anillas. Había podido comprobar que recordar esos momentos con la vividez que me daba el leer lo que había escrito justo en ese momento, me ayudaba a sentirme de la misma manera y aprovecharlo para componer.

Seguí revisando los distintos papeles llenos de acordes, melodías y letras desordenadas hasta que me topé con uno que llamó mi atención. Me quedé mirándolo por unos segundos. Era una canción sin terminar grapada con miles de hojas arrancadas de cuajo de mi libreta. La había empezado a escribir justo al salir de la academia, con aquellos recuerdos para mí más importantes. Me fijé entonces en el título que coronaba la hoja de la melodía: Aitana.

Mi cuerpo se estremeció. Hacía cerca de un mes que no sabía de ella. No me cogía el teléfono y cada vez que preguntaba por ella a Amaia o Ana, me daban respuestas vagas, que me aportaban cosas como que estaba de viaje o quizás solo está ocupada. Yo solo quería saber qué le pasaba conmigo.

Levanté aquella hoja que contenía su nombre para empezar a leer aquellas que la sucedían, aquellas que llevaban escritos todos mis recuerdos.

 Y le he dicho súper indignada a Vicky. "Como todos no tengan una coreografía cada gala, vamos.." y me ha dicho "No digas eso" y yo "vale, no."

Tú no te Irás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora