27. Dilo.

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Maratón (4/5)

Lo agarré del cuello de la camisa y lo acerqué a mí para dejar un casto beso en sus labios. Un beso posesivo y en cierto modo, a forma de respuesta. Marcos no tenía ni idea de nada.

- Wow ¿Y esto? - rió Vicente.

Me encogí de hombros y entramos al restaurante. Habíamos reservado una de las mesas de la terraza y, pagando un poco más, Vicente había conseguido que las otras dos mesas se quedaran vacías. Teníamos toda la terraza para nosotros.

- Estás muy guapo con esa camisa. ¿Te lo he dicho ya?

- Unas tres veces hoy. - dijo mientras se sentaba delante de mí. - Mira, nos han puesto velas y todo. Espera, déjame, voy a pedir un mechero al camarero. - Vicente desapareció por la puerta y en menos de un segundo volvió a asomarse. - Era lighter, ¿no?

- Sí. - Reí.

- Estoy mejorando, ¿vale? - se marchó finalmente.

Toda la mesa estaba preciosa. La terraza, encima de un edificio, tenía unas vistas de la ciudad y sus luces impresionante. Miré entonces aquellas velas rojas que Vicente quería encender. Si Luis estuviera aquí habría usado su mechero al instante. ¿Había dejado ya de fumar? Intenté reconfortarme en una respuesta afirmativa, pero en el fondo sé que no lo ha hecho. Se dibujo en mi cara una sonrisa al recordar todas los fingidos enfados con él por aquello. Quizás ahora se lo diga Graciela.

- Aquí lo traigo. - Vicente se inclinó sobre la mesa y encendió las velas. La luz tenue creaba una atmósfera increíble. - ¿Qué quieres tomar?

La cena se desarrolló de una manera normal. Conversamos acerca de los conciertos, de ambos, del futuro... Nos vimos interrumpidos cuando un enorme diluvio empezó a caer sobre nosotros. Vicente se levantó rápidamente de la silla y corrió hacia la puerta, que tenía una especie de cornisa que la cubría. Yo le seguí lo más deprisa que pude y me refugié de la lluvia en el mismo lugar.

- Reino Unido, ¿eh? Ya me tardaba. - dijo mientras se sacudía el pelo mojado.

Tras unos segundos de silencio, dejé de agarrarme a él y volví a caminar hacia la mesa riendo. Cada gota que que caía sobre mi cuerpo sonaba a libertad y a la dulce locura que deseaba irradiar por los poros.

- Aitana, está lloviendo. ¿Estás loca? - preguntó Vicente sorprendido.

- ¿Y qué? - abrí los brazos para recibir toda el agua que caía y empecé a dar vueltas sobre mí misma sin parar de reír. - Vamos, Vicente. Vamos a seguir cenando.

- ¿Lo dices en serio? - rió incómodo. - Anda ven, te va a coger el frío.

Vicente me agarró y me llevó de nuevo al interior del restaurante. "Esto es un día de playa en Galicia." El comentario de Luis pasó por mi cabeza haciendo eco en todas las paredes que encontraba, volviéndose cada vez más fuerte. Miré de nuevo a Vicente escurriendo el agua de su camisa y fruncí el ceño inconscientemente. Cepeda habría terminado de cenar conmigo bajo el diluvio universal. Sería una de las mejores anécdotas que nunca hubiera tenido. Todos los recuerdos parecían ser mejores con él y yo lo único que hacía era ignorarlo en lugar de crearlos a su lado. Ni siquiera había querido escucharlo. Había hablado tan sin pensar aquella noche, que aunque ahora me presentara ante él no podría evitar el tener que dar una explicación sobre mi reacción y ese... "Sí siento, siento mucho Luis." Solo a mí se me ocurre.

- ¿Qué? ¿Querías quedarte bajo la lluvia? - dijo con un tono sarcástico.

- Quizás sí. - soné borde y me dí cuenta perfectamente al ver su cara de incomprensión. Vicente no había hecho nada malo. Sonreí de medio lado a forma de disculpa y él me abrazó.

- Qué frío tenía. - susurró tiritando. El ilógico enfado que me había dominado antes fue desapareciendo y noté como esta vez crecía la ternura. Dejé un pequeño beso en su mejilla y él respondió con uno en los labios.

Empecé a cantar delicadamente la canción de "Seré" y el sonrió. Puso sus manos en mis caderas y yo rodeé su cuello. Empezamos a movernos de un lado a otro lentamente. Era la canción que más me sabía, aunque eran tan solo un par de estrofas y el estribillo, ni siquiera había tenido tiempo de mirar las demás. Cuando fui llegando al final de la parte que había aprendido, fui bajando el volumen y haciéndole la señal a Vicente para que continuase él. Aunque no hubiera pasado el casting, para mis oídos seguía siendo una de las voces más dulces.

Vicente vaciló y yo continué insistiendo.

- Aitana, la cantante eres tú.

- Si me has cantado miles de veces. - dije riendo mientras besaba sus labios intentando convencerlo.

- Que no, no me vas a convencer.

- Por favor, solo el estribillo. - supliqué.

- No, ni el estribillo.

Mi rostro se oscureció de repente y dejé de reír cuando una suposición pasó por mi cabeza.

- No te lo sabes, ¿verdad? - afirmé demasiado seria para como Vicente se lo estaba tomando.

- Claro que me lo sé, lo he escrito yo, payasa. - dio un toque divertido a mí nariz pero yo aparté la mano y lo miré con un gesto serio.

- Dilo. Ni hace falta que lo cantes. Solo dilo, hablado. - fruncí el ceño y me separé de él.

- Aitana, ¿estás loca? - reía incómodo. No cambié mi expresión y Vicente se rascó la nuca nervioso. - Seré... mmm. Seré tu...

- No me lo puedo creer Vicente, no son tuyas. - golpeé su pecho con tanta rabia contenida que seguramente le estuviera haciendo daño. Él agarró mis brazos con fuerza para evitar que siguiera pegándole e intentó acercarme a su cuerpo. - ¡No! Suéltame.

- Aitana, espera por favor.

Ni siquiera intenté reprimir la voz rota con la que le hablaba, ni las lágrimas, ni la furia. Lo miré con todo el desprecio que pude y me dirigí a la puerta a paso rápido, corriendo por momentos. No llevaba paraguas ni chaqueta, pero estarme mojando era lo que menos me importaba ahora mismo. No me podía creer. No lo había hecho él. Había logrado que volviera con él, que lo volviese a intentar de nuevo mediante palabras falsas y versos que ni siquiera habían salido de él. Era un completo imbécil.

Había corrido hasta el final de la calle. Estaba vacía y ya ni se veía el restaurante. Era imposible que viniera detrás mía. Me quedé tiesa y respiré hondo como si cada gota de lluvia limpiase toda la decepción y engaño. Tomé el móvil y llamé a un taxi. Tenía varias llamadas de Marcos, Amaia, Ana y hasta de Marta. Mensajes de todos los concursantes, de más amigos... ¿Qué había pasado?

Marta: Aitana, llámame en cuanto puedas. Es muy importante.

Marcos: Debemos hablar, lo siento mucho. Déjame explicarme por favor.

Ana: Aitana, ¿estás viendo twitter? Lo siento muchísimo, espero que sepas que estoy aquí. Llamamé, no importa la hora.

Amaia: 2 Fotos. Aitana prefiero que te enteres por mí antes de que todo esto estalle. Lo siento muchísimo. Llámame por favor.

Decidí abrir la conversación de Amaia y me encontré con dos fotos un poco movidas. Eran dos personas liándose en sofá de una discoteca en la que yo había estado más de una vez. En la primera solo pude distinguir una chica rubia subida sobre el chico, cuya cara se tapaba con la melena de ella; pero en la segunda reconocí finalmente a Vicente. Solo se veía su pelo, uno de sus ojos y parte de su nariz, no importaba, para mí no había duda alguna y menos después de lo que me había demostrado hoy sobre él.

Intenté respirar hondo sin conseguirlo y me quedé sola en medio de la calle. Calada hasta los huesos, llorando en silencio hasta que el taxi pasara a por mí.

Me queda uno por subir, lo sé. Lo dejo todo para el último momento, soy un desastre. Lo voy a subir también pero probablemente sea mucho más tarde. Os juro que este os va a encantar. Daos cuenta que lleva lloviendo un rato. Lo siento de verdad. Ojalá alguien despierto cuando lo suba. Lo haré largo para compensar. Aún así creo que en estos cuatro capítulos la historia ha avanzado bastante y el hype está por las nubes. Se vienen cosas mejores, os lo juro. No me queméis en la hoguera.

Tú no te Irás.Where stories live. Discover now