CAPÍTULO 2

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ZOEY

Años atrás.

—¿Juegas conmigo en el columpio? —le preguntó al chico que tenía ante ella.

Estaban en el patio de unas oficinas que Zoey no era capaz de identificar. No es que hubiera salido demasiado a recorrer Londres, su ciudad natal, y era la primera vez que se encontraba en ese lugar. Esperaba, al igual que otros seis niños, que los llamaran a la oficina principal con la trabajadora social asignada a sus casos.

—No —la miró haciendo una mueca—, porque hueles mal.

—No es mi culpa —murmuró con los ojos llenos de lágrimas sin derramar— la niña de esa casa me echó vinagre cuando intenté probarme sus zapatos nuevos. Me bañé, pero cuando fueron a verme no alcancé a cambiarme de ropa... —bajó la mirada— solo quería salir de allí.

—Pues qué asco. No quiero jugar contigo —zanjó el niño y fue hacia donde se encontraba el resto de chiquillos que no pasaban los diez años.

Después de haberse despedido de Frank y Delia, su última familia de acogida, pasó por un sinnúmero de conversaciones sobre una posible adopción. No de forma directa, no, pero Zoey había aprendido a escuchar tras las puertas, interpretar los más leves susurros en su soledad y también tenía un gran dote imaginativo. Después había confirmado sus sospechas de que iban a ponerla en una nueva casa, y los sicólogos intentaron hacerla creer que esta vez sería definitivo. Le habían asegurado que no la enviarían a una nueva familia cada nueve meses o dos años, que nadie se quejaría de ella porque esta ocasión sería para siempre, que no tendría que temer proteger sus pocas pertenencias de los niños de las nuevas casas por miedo a que se los robaran o echaran a la basura, que no iba a tener que empezar amigos desde cero y cuando sus lazos empezaran a consolidarse le tocaría abandonarlo todo y empezar de nuevo.

Ella tenía miedo. Siempre tenía miedo cada vez que conocía una familia.

Todo era alegre al principio. Zoey sentía una renovada esperanza de que cada ocasión sería la definitiva. Diferente. Y cada vez se equivocaba. La nueva familia la saludaba con entusiasmo, pero si tenían hijos, estos se mostraban distantes.

Los primeros días de convivencia eran los más difíciles, porque implicaban una adaptación a nuevas normas, nuevas costumbres. Aunque también había partes divertidas si tenía la suerte de contar con su propia habitación, juguetes —usados— pero ropa limpia.

Esta vez le resultaba distinto. Recordaba haber vivido con cinco familias de acogida. No quería más... Prefería quedarse sola a tener que soportar todo el proceso de aceptación inicial para posteriormente ser rechazada.

Ya no le quedaba nada de su pasado. Solo leves recuerdos de su madre y ninguno de su padre. Según la señorita Miller, la trabajadora social, Zoey entró al sistema cuando tenía tres años de edad. Después le había dado una charla sobre lo maravilloso que iba a ir a todo durante esa tarde cuando conociera a sus definitivos padres, pero Zoey no le creía. Le decían siempre el mismo discurso, y ya le sonaba vacío. Nadie la quería. Nadie quería quedarse con ella. ¿Qué había de defectuoso en ella? ¿Qué?

Durante su corta vida tan solo aprendió a despedirse. A no apegarse a la gente. A evitar estrechar lazos. Se sentía perdida y envidiaba, hasta el punto que llegaba a dolerle, la familia que tenían los niños que conocía en las casas de acogida.

Votos de traición (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora