Capítulo 3

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Melody se detuvo un momento al creer escuchar algo que llamó su atención y levantó la cabeza para fijarse en el profesor antes de encogerse de hombros y volver a lo suyo. No tenía nada en especial contra la clase de geografía, simplemente no le importaba la industria vitivinícola en California. Había algo de vacío en asistir a clases, en el simplemente fundirse con la multitud para tomar notas mientras un adulto hablaba como si fuera un líder.

Melody se aburría.

No había nada de interesante allí, nada que realmente llamara su atención, nada que la hiciera sentir viva. El aroma de la madera en el salón de clases le resultaba falso, los cuchicheos de los estudiantes que la rodeaban eran demasiado lejanos para ella, incluso su propia existencia le resultaba insustancial. Era como mirar eternamente a través de una ventana, sabiendo que había algo hermoso allí fuera y aún así sin poder alcanzarlo.

Se congeló cuando una lágrima cayó y manchó su dibujo, corriendo las líneas en carboncillo y arruinando el papel. Tragó en seco y disimuladamente se frotó el ojo culpable para comprobar que no habría más. Hacía más de una semana que había vuelto a la academia y sus ojos seguían lagrimeando sin motivo aparente. Una solitaria semana atrapada en la rutina, yendo de clase en clase, pasando tiempo por las tardes en la biblioteca para hacer la tarea, dibujando en su tiempo libre y compartiendo habitación con una chica muda que no sabía del todo cómo tratar. Básicamente, su vida dejaba mucho que desear, como siempre. Algo faltaba, aquella pequeña chispa que le daba sentido a seguir viviendo.

Secó con cuidado la lágrima sobre el papel, teniendo la delicadeza de no arruinar el dibujo. No estaba segura de lo que estaba dibujando, había comenzado como un par de líneas descuidadas para pasar el tiempo que pronto habían tomado forma. No reconocía el escenario y tampoco le encontraba lógica a un muro de pizarra en medio de una ciudad lleno de diferentes escrituras y mensajes a partir de la premisa "antes de morir...". Había una sombra indefinida a un lado, una persona que no lograba visualizar del todo como para dibujar bien. Estaría esperando. ¿Habría escrito algo también en el muro? Tal vez. Un buen deseo, uno por lo que sería capaz de darlo todo, una brillante chispa de esperanza o un silencioso grito de auxilio.

Se golpeó contra la mesa cuando alguien pateó desde atrás su silla y gimió al quedarse sin aire. Levantó la vista solo para ver que todos la estaban observando en silencio, en especial el profesor que tenía aquella expresión de haberla llamado varias veces sin que ella la oyera. Melody podía ver el rostro del adulto enrojecido por el enfado a causa de la ignorancia de una chica distraída. Escuchó susurros detrás y risas. Aquel duro golpe que la había traído de nuevo a la realidad había sido peor de lo que había imaginado. Y se sintió extraña, como si algo faltara, como si algo no fuera real. Había algo en el modo en que el profesor la miraba que no estaba bien.

—Le estaba preguntando, señorita Hart, cuál fue la causa del quiebre de la empresa Sevier. Y me encantaría oír la respuesta si es que no tiene nada de más interesante que hacer en mi clase —dijo el profesor con aquel tono arrogante y malvado que solo un adulto podía conseguir.

Melody hizo una mueca. No había oído nada en lo que iba de la clase, no había prestado atención en absoluto, casi se había perdido totalmente en su propia imaginación. De nuevo. Miró el mapa en el pizarrón, las fotografías de los distintos viñedos, las notas escritas con tiza. Se perdió en aquello, imaginando extensos corredores de pura naturaleza y luz de sol. Pudo sentir el suave perfume en el aire, el calor de un día de verano, oír el esfuerzo de los trabajadores. Miró fijamente un punto en el vacío, perdiéndose en aquellas esencias.

—Fue hace tiempo. Durante el verano del año pasado. El calor era agobiante, el sol cegaba por su intensidad, y el señor Sevier tenía tanto a niños como adultos trabajando sin posibilidad de descanso. Eran condiciones inhumanas para aquello, abusaba de ellos pagándoles miserias que no les alcanzaban para vivir. Pero ellos necesitaban dinero así que trabajaban de todos modos. Eran explotados. Exigidos hasta el límite. Y todo por unos miserables centavos al día. Sevier era cruel y egoísta, un hombre malo, merecía lo que le sucedió —dijo Melody con su vista perdida en el frente—. Hubo un robo. Su cuenta fue vaciada. Su fortuna repartida entre sus empleados. Sevier fue arrestado tras una denuncia anónima acompañada de pruebas de sus actividades ilegales. La empresa terminó en manos de un buen hombre, correcto y justo. Él dijo que ellos estarían bien.

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