Capítulo 4

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Melody se dejó caer en el mullido asiento frente al escritorio de la doctora Sandler en la oficina de la psicóloga escolar. Había estado tan inquieta durante clases hasta que finalmente había sido libre. Aquella extraña sensación en el pecho la había acompañado desde que había visto sus dibujos. No había dejado de ver sus dibujos una y otra vez para comprobar que estaba en lo correcto. Y tenía miedo, no sabía exactamente por qué pero allí estaba el miedo. Y demasiadas veces se había atrapado llorando sin sentirlo. Se había pasado por la enfermería en un momento solo para que la enfermera le dijera que tenía una pestaña en el ojo y por eso lloraba, se la había sacado pero posiblemente seguiría llorando un poco más durante el resto del día. Era solo para limpiar el ojo, una reacción natural ante un intruso.

En el silencio absoluto de la oficina el tic tac del reloj le parecía una condena sin acabar. La oficina era sencilla, pulcra, llena de colores claros que debían dar paz y estabilidad. La doctora Sandler era una mujer de mediana edad, de controlada expresión amable y un cabello pelirrojo atado en una coleta. Lucía confiable, aunque Melody sospechaba que cualquiera que fuera psicólogo debía lucir confiable para sus pacientes. Ella no tenía nada contra aquellas pequeñas sesiones, y no recordaba exactamente cuándo había comenzado a tomarlas pero ya formaban parte de su vida escolar. No era raro que, siendo como era, solitaria y no muy brillante en clase, terminara en el psicólogo escolar. No con una madre tan sobre protectora y exagerada como tenía. Y a Melody no le molestaban aquellos pequeños minutos de sesión, tan solo se sentaba a hablar un poco con la doctora Sandler y nada más. Sabía que no tenía ningún trastorno, y la doctora tampoco andaba buscando uno, tal vez simplemente comprendía que Melody necesitaba alguien con quien hablar.

—¿Es normal dibujar siempre a la misma persona, una que no conoces, sin darte cuenta? —preguntó Melody apresuradamente antes siquiera que la doctora pudiera saludarla.

—¿Qué?

—Lo sé, lo sé. Suena muy descabellado pero es lo que he estado haciendo —dijo Melody y se puso de pie para enseñarle sus dibujos, pasando uno tras otro en su cuaderno—. ¿Lo ve? Es siempre el mismo joven, una y otra vez. Aparece siempre en mis dibujos.

El muchacho apoyado en el Cadillac, la figura de espalda mirando el muro de pizarra, el joven sentado en un bar. Siempre estaba allí. Melody había dibujado demasiados escenarios diferentes, vistas de la vida cotidiana con extraños allí cumpliendo sus roles, y sin embargo había uno que se repetía en cada uno de sus dibujos. Incluso dentro de la mansión de los viñedos, en medio de una reunión de hombres bien vestidos y empleados domésticos, allí estaba él luciendo tan fuera de lugar con su camiseta sin mangas y su chaleco de jean, recostado de un modo despreocupado y adolescente en uno de los sofás.

—Admito que tal vez haya un parecido pero no creo que se trate siempre de la misma persona —dijo la doctora.

—Lo es. Lo sé. Yo soy quien he dibujado todo esto.

—Es normal dibujar siempre los mismos tipos de personas, estereotipos si así quieres llamarlo, cuando te dedicas a dibujar escenarios de la vida corriente llenos de gente.

—No hay, en todos mis dibujos, ni una persona que se repita dos veces o se parezca a otra excepto él que aparece en cada uno de mis dibujos. ¿Cómo explica eso?

—Iré por un café Melody. ¿Quieres algo de beber?

Ella negó con la cabeza y volvió a sentarse en su lugar, conservando el cuaderno sobre su regazo. La doctora le echó una última mirada antes de dejar la oficina. Sabía que sus dibujos no estaban perfectamente definidos, la gran mayoría eran rápidas líneas para crear bocetos. Tenía mucho para dibujar, no podía pasar demasiado tiempo en uno solo sino que debía terminarlo rápido para continuar con otro. Pero aún así, a pesar de la rapidez con que dibujaba y pasaba a otro, a pesar que solo fueran apresurados trazos de carbón, estaba segura de reconocer una y otra vez al mismo joven. Siempre estaba aquella delgada figura que ella estaba segura de no conocer.

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